Mientras haya un lector. Enrique Silveira. Libro.

La amistad y la palabra
Enrique Silveira

El ser humano ha nacido para comunicarse. De hecho una de las mayores crueldades con las que se le puede castigar es la condena al ostracismo, al vacío enloquecedor, al mutismo. Las fórmulas para que los que te rodean conozcan tus pensamientos requieren diferentes aprendizajes y todos exigen compromiso intelectual si aspiras a la excelencia. No recordamos esfuerzos que nos hayan conducido a la expresión oral en nuestro idioma materno, pero cuando se trata de usar uno ajeno o quieres llevar el propio al terreno escrito sin sonrojarte las dificultades se multiplican. Tiene el mensaje escrito varios enemigos: la pereza que suscita su composición, la falta de habilidad para construirlo y, sobre todo, su perennidad. El que escribe deja su alma expuesta de por vida porque no hay vendaval que se lleve lo transmitido como pasa con el mensaje hablado. Conviene hacerlo bien entonces y así no arriesgarse al escarnio recurrente o a la dolorosa indiferencia.


Nadie te obliga a llenar columnas como esta que lees; los que las firmamos llegamos a este trance por variopintos motivos: unos apaciguan sus espíritus, otros creen que lo que escriben puede regocijar a los lectores, algunos reivindican, muchos reflexionan y te invitan a ello, los más robamos tiempo a la rutina y le damos forma a nuestro revoltijo interior.


Me encanta emocionar al que se asoma a estas humildes líneas

A mí, tras superar miedos y vacilaciones, me encanta emocionar al que se asoma a estas humildes líneas, si bien conseguirlo se convierte en una tarea de titanes. Las críticas afloran con facilidad pero la mayoría de las veces aportan cosas interesantes; lo mejor sin duda reside en los que reconocen haber experimentado agradables sensaciones tras la lectura y eso me hace sentir como un enamorado que recibe una mirada cómplice, como si se estableciera un vínculo que andaba dormido y resurge con poderío. No, no son demasiados los que dedican lisonjas, pero a todos les debo un sincero agradecimiento porque me invitan a seguir emborronando papeles sin temores, sin responsabilidades abrumadoras, con cierto optimismo. César es un embajador de la literatura. Sin los lectores como él, el hecho literario se asemejaría al joven que se acicala con todos los pormenores para luego echarse en el sofá y disfrutar de una película que ya había visto. Sé que por mucho que lo niegue sus alabanzas se relacionan con las muchas cosas que tenemos en común, con los muchos momentos agradables que hemos compartido y los que están por llegar; aun así que alguien capaz de conversar y escribir con corrección en tres idiomas, inteligente, formado en diferentes mundos, eficaz y ocupadísimo te halague consigue que el ciclo literario se muestre como inagotable, reverdezca y se multiplique.

Aunque todos los lectores merecen admiración, hay algunos que conceden un momento a cualquiera que se haya decidido a trasladar su naturaleza íntima; van más allá de las interminables jornadas de playa, de la consulta del dentista o de las noches en vela; poseen al tiempo generosidad y sensibilidad y además encuentran un hueco para saber quién se ha atrevido a dejar su esencia negro sobre blanco: esos – como César- son los imprescindibles. Mientras haya césares, el imperio de la literatura no decaerá y tampoco será necesario un cambio de sistema de gobierno porque no habrá ninguno mejor.

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2 COMENTARIOS

  1. Me temo que estás condenado a seguir escribiendo mucho tiempo, puesto que mientras haya un lector, y ya sabes que haberlo haylo, siempre habrá algo que contar con esa facundia que te caracteriza.
    No tengo muy claro que el palabro que te acabo de soltar esté correctamente utilizado. A veces, el hecho de haber recorrido diferentes países me hace dudar sobre determinadas expresiones que en algunos lugares resultan coloquiales, y en cambio en otros pueden resultar demasiado literarias. Nunca escuché la palabra facundia en ninguna conversación en España, pero durante mi periodo de conexión francófona, recuerdo haber escuchado el término «faconde» para describirte a ti, si a ti, a esa persona que utiliza de una manera tan elegante el lenguaje.
    ¡Enhorabuena amigo!

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