Años de soledad. Carmen Heras

Desde mi ventana
Carmen Heras

También yo -imitando al famoso párrafo de la novela “Cien años de soledad” de García Márquez: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo“– me he preguntado cómo no lo vi, si los lenguajes gestuales eran tan claros y evidentes. Como no me di cuenta de que la subjetividad podía impregnarlo todo, hasta descafeinar los contenidos legítimos, difuminándolos. Hoy, analizo las fotos y lo percibo, veo por donde era posible la llegada de los cuchillos, pero entonces pensé que lo controlaba, que tenía coraje y herramientas para ello.

 
 
 
 
 
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Una publicación compartida de Vicky 🌌 (@lectusa)

Porque, además, somos exageradamente subjetivos en nuestras apreciaciones. Lo comenta un amigo, refiriéndose (en su caso) a la época universitaria que recrean ciertos artículos de un libro recientemente editado; no hay dos visiones objetivas idénticas, lo que implica unas deficiencias clave en los logros de un proyecto, el universitario, que hubiera debido ser motor verdadero para esta región, impregnándola transversalmente.

Pecamos de diletancia. Tan poco nos preocupa el resultado de aquello que decimos pretender que nos rodeamos de neófitos que nos aconsejen, como si el uso de la experiencia fuera una lacra, un handicap en el logro del éxito; tipificamos, enumerando sus pretendidas virtudes y defectos, a las personas sin conocerlas, y ante unos malos datos del paro, anunciamos tener recursos para combatirlo (pero entonces, ¿por qué no se ha hecho ya?).

Es como si cada uno hubiera decidido hacer la guerra y el amor desde sus trincheras, y aún así nos sigue sorprendiendo la tosquedad del enfoque en cada apuesta, la miopía de no afinar los detalles, la indiferencia ante lo que los desheredados puedan llegar a sentir. Porque hay muchas clases de desheredados. Al parecer, inevitables en esta sociedad del día a día, sin proyectos estructurales de futuro, encogida sobre si misma por “el que dirán” de los lugares pequeños, -que a veces es solo la pérdida del saludo de los bien pensantes, pero que otras significa decir adiós a una vida cómoda y sin preocupaciones económicas-.

Me tropiezo con alguno de ellos y noto su nerviosismo, su titubeo al encontrarme de frente, después de haberme negado. Ciertamente hay hipocresía en ese enaltecer de viva voz algunos asuntos para a continuación iniciar acciones contrarias a ello. Es ese condenado interés por marcar territorio propio y no ser tachado de seguidista, lo que consigue que cualquier proyecto no terminado en una legislatura no se retome en la siguiente, cuando redundaría en mayor efectividad y menor gasto. Hay muchas gotas de complejos mal curados en el rechazo de lo anteriormente bien hecho. Por eso, entre otras cosas, en algunos lugares no cala la historia, ni la Universidad, ni los libros. No hay transmisión. Porque las ideas previas sobre ciertas cuestiones, después de tantos años de entender la vida de un modo, lo contaminan todo y no dejan resquicios por donde se cuelen nuevos proyectos modernos y productivos. Y entonces vence la inercia. Hoy, la mayoría de los jóvenes extremeños acuden a las aulas universitarias, sí, pero no abandonan sus esferas de vida, repletas de códigos impuestos desde mucho tiempo atrás. Lo describió con tristeza Garcia Márquez: «las estirpes condenadas a cien años de soledad no (tienen) tenían una segunda oportunidad sobre la tierra».

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