Desde mi ventana
Carmen Heras

Es sabido que para mejorar las cosas es preciso ser muy buenos en el oficio y además que el público se reconozca como cómplice. Ambas cuestiones no están al alcance de cualquiera. Lo primero es posible, lo segundo no tanto. Los 1600 trofeos que recibió Gento, el mítico futbolista del Real Madrid, recientemente fallecido, no sólo revelan sus poderosas aptitudes, sino el reconocimiento de quienes lo trataron, algo que, sin duda, es bastante difícil.

No dudo del poder de determinados resortes para conseguir la atención general. Al parecer, no es la vida la que hace una película, es ésta la que da sentido a una realidad que ya estaba allí́ antes. El territorio, reconocido en función de las imágenes preparadas de un film cualquiera, no importa que éste narre una historia alejada de nuestros orígenes y hasta de nosotros mismos. O un pretendido empoderamiento de la mujer por vestir el traje de un ladrón de ganado y su subsiguiente castigo… ¿Quién ha dicho que para considerarse con iguales derechos que un hombre haya que imitarlo en todo?

Y lo curioso es que funciona para la galería. Mucha gente que visita Cáceres se sube sobre las letras que conforman la palabra Cáceres para atestiguar que ha estado en Cáceres. El icono, en lugar preferente, sustituyendo a cualquier imagen o pensamiento bastante más elaborados, en sentido contrario a lo que comúnmente se hace en una civilización que se precie. Me pregunto si, a base de tanta síntesis para disminuir el esfuerzo de “mirar”, no estaremos caminando hacia situaciones cada vez más de “película” y no reales. Pero ¿y si fueran ciertos los versos de Aute y puesto que “toda la vida es cine” solo pudiéramos salvarnos con una “homilía fuera del guion”? Vaya usted a saber. Ji.

Los humanos tiramos mucho de los sueños para poder seguir con nuestras vidas. Contemplo, desde lejos, una escena reciente en un hotel de la ciudad, y a las dos figuras más representativas de la misma, porque todas las demás son meros figurantes. Una, perdida ya la esbeltez física que siempre tuvo; la otra, nervuda, más joven e inquieta, y que es la que habla, componiendo el relato, la memoria. De un tiempo educativo pasado, que ahora, al cabo de los cien años, se nos antoja épico y al que se quiere hacer resurgir, señalándolo como óptimo.

Hay cuestiones que siempre se mantendrán por la ilusión humana de quien llega novato, las avista por primera vez, y cree, al descubrirlas, que está ante algo extraordinario, aunque no sean mas que una parte de la feria del mundo, repetida una y otra vez. Las instituciones son expertas en crear estas realidades. Funcionan como hámster moviéndose dentro de un espacio esférico, siempre girando sobre si mismos, sin emerger hacia ningún sitio. El impulso del animal permite mover el cubículo en el que asienta las patas, y el movimiento de este último consigue que el animal se mueva. Pero todo es una falsa ilusión, porque, aún moviéndose ambos, ni avanzan, ni el lugar cambia.

Menos mal que, al menos en las películas, cobran sentido los seres humanos buenos por lo que hacen o buenos por lo que son. Aunque al lado vayan los villanos, como contrapunto. ¿Porque cómo hacer una serie televisiva sin todos ellos de modo tal que entienda la trama una sociedad atrabiliaria que construye sus héroes sobre minucias y enfoca sus referencias en cuestiones baladíes pensando que hace historia?

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