Con ánimo de discrepar
Víctor Casco
Se está imponiendo una política de trazos gruesos, donde la consigna sustituye a los argumentos, la demagogia a los programas políticos y el espectáculo mediático a la confrontación de ideas. Imposible ya distinguir una tertulia política de un sálvame e incluso ese formato se ha instalado ya en el mismísimo Congreso de los Diputados. No tenemos “representantes”, tenemos “tronistas”. Y en ese terreno triunfan los inútiles, los que más y mejor gritan, los irresponsables.
Pablo Casado es el último espécimen unido a la “tribu”. Aunque no el único.
Cuando la política se desliza al terreno de las más bajas pasiones, los grises y las complejidades desaparecen
No sabemos qué país quiere Pablo Casado y cómo quiere gobernar, con qué principios, valores y éticas. Lo que sí escuchamos cada día son sus interminables retahílas de insultos, con las que obsequia a sus adversarios; una incontinencia verbal faltona, más propia de la barra de un bar a altas horas de la noche que de un Congreso de Diputados. Su profusión de insultos deja pequeño el “Diccionario de Insultos” de Pancracio Celdrán (más de 500 páginas). Tampoco es el único.
Cuando la política se desliza al terreno de las más bajas pasiones, los grises y las complejidades desaparecen. El mundo se divide en blanco y negro, buenos y malos. Finalmente, en enemigos e instrumentos. El problema catalán, que requiere diálogo, empatía y, sobre todo, raciocinio, se resuelve apelando a un “nosotros” y un “ellos”. ¡A por ellos, oé! Los nacionalistas españoles retroalimentan a los nacionalistas catalanes y viceversa: las banderas se convierten en armas arrojadizas y, sobre todo, en una distracción para que unos y otros puedan conducir a la gente como borregos: tú sigue al que lleva la bandera. “¿Pero a dónde nos lleva?” podría preguntar un incauto. Eso no importa: siempre sigue al abanderado. Aunque te lleve al precipicio. Las banderías sustituyen a los partidos.
No se habla de educación ni de sanidad. Los parados quedan apartados. La corrupción se desvanece. Solo hay que enarbolar esteladas y rojigüaldas y todo está resuelto.
Son malos tiempos para la Política, con mayúsculas. El nuestro es el reino de los demagogos.