Educación jóvenes

c.q.d.
Felipe Fernández

Si es usted de mi generación o alrededores, comprobará con inquietud creciente cómo han cambiado las reglas en las relaciones padres-hijos. Muy alejados de aquella educación estricta, exigente, autoritaria en ocasiones, nos vemos apremiados a desenvolvernos en un ambiente muy diferente, en el que los métodos son, si no opuestos, sí al menos muy distintos. Sea por la educación recibida, sea por el eterno deseo de mejorar lo anterior, nos hemos propuesto mantener una relación más próxima con nuestros hijos, más basada en la conversación que en las reglas, en la comprensión que en el reproche. Lo cierto es que lo que parecía de manual, lo que a todas luces resultaba coherente y justificable, acorde a los tiempos modernos, se convierte en una lucha desigual con enormes y poderosísimos enemigos. Así, mientras dedicamos buena parte de nuestros esfuerzos a emplear tonos adecuados, ejemplos comprensibles y modelos repetibles, las fuentes por las que se informan nuestros hijos caminan en direcciones diferentes. Las redes sociales, algunos medios de comunicación y el híper valorado culto a la frivolidad se convierten, a nuestro pesar, en banderas de fácil enganche, con toda suerte de atractivos para los más incautos, es decir, para casi todos ellos. No importa cuál sea su personalidad: responsables, estudiosos, tranquilos, comprometidos, todos caen en

No tengo ninguna duda de que, si ponemos empeño y constancia, lograremos nuestro objetivo

ese mundo superficial de imágenes y luces que satisface rápido y permanece poco. Desentrenados para una batalla en la que nos jugamos mucho, sufrimos a diario los embates del enemigo que, disfrazado de diabólicas máquinas electrónicas, absorbe el tiempo y los sesos de los más jóvenes, apartándoles de placeres menos rápidos, más duraderos, pero también más exigentes. Llegados a este punto, las opciones se reducen bastante; podríamos irritarnos para siempre, apretar nuestras arterias y gruñir con impaciencia, o tratar de asumir la situación, adaptarnos lo antes posible y actuar en consecuencia. No tengo ninguna duda de que, si ponemos empeño y constancia, lograremos nuestro objetivo, aunque suframos las pertinentes recaídas, tan naturales, tan humanas. Porque, al fin y al cabo, ¿no consiste en eso, en errar para acertar? Así que, bienvenido al grupo de los gruñones; bienvenido al grupo de los que, con más o menos éxito, con más o menos empeño, procuramos adaptarnos a toda velocidad. Nunca lo conseguiremos del todo, pero será una experiencia preciosa.

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