Desde mi ventana
Carmen Heras
Mi amiga riñó con su flamante marido la tarde misma de la boda, por negarse (ella) a hacer la maleta antes de salir de viaje de novios. Hoy, cuarenta años después, esta discusión no se hubiera producido, pues las parejas jóvenes llevan equipajes separados y cada cuál se ocupa del propio, observen ustedes en los aeropuertos. Pero, en otras épocas, la vida en común llevaba aparejada una serie de normas, bendecidas por el rol social, en las que cualquier asunto doméstico era cosa de mujeres.
Conozco, sin embargo, otras parejas en las que la maleta que traslada la ropa de los dos es única y la hace uno de ellos, sin que para nada se aprecie como deshonroso y humillante para el “manitas”. Es más, incluso algunas lo prefieren. “Cómo voy a dejar que Pepe (nombre supuesto) cuelgue la ropa de la lavadora en el tendedero, si es médico?. Tiene consulta propia. ¿Que dirían sus pacientes si lo vieran?” -relataba otra amiga con tres niños muy pequeños, entonces exhausta y hoy flamante catedrática-.
No tengo muy claro si las acciones exageradas sobre algo ayudan a su construcción o la destruyen
En mis años de diputada en el Congreso solía conversar con una colega del levante español, perteneciente a una fuerza política, situada bastante a la izquierda de la que yo pertenecía. Su conducta era inalterable, se pasaba el ultimo Pleno, programando las tareas que tenía pendientes en su casa, y que no delegaba, decía, en nadie, pues nadie podía sustituirla (con éxito) en ellas. Y mira que según las etiquetas, era progre…Yo la miraba sorprendida, era mujer pero no me sentía reflejada en ella. Mi gente, por pura intuición -nunca marcamos normas al respecto- sabia muy bien cuando había que rellenar la nevera, tuviera yo, o no, presencia física en casa. Nadie se mostraba nunca renuente a encargarse de ello, pues la responsabilidad era vista desde el principio compartida y el primero que estaba disponible la ejecutaba con puro pragmatismo inteligente. De manera lógica y sin aspavientos.
En esta época, en la que afortunadamente el papel de la mujer, como tal, se ha revalorizado, pienso algunas veces en todo lo anterior, en las barreras derruidas y en los demasiados aspavientos, para bien y para mal, que se hacen sobre ello. Y hasta que es posible que tantas “demostraciones excesivas o exageradas de emociones ” (traducción en el diccionario) acaben desluciendo los logros, que los hay, y son brillantes.
Porque no tengo muy claro si las acciones exageradas sobre algo ayudan a su construcción o la destruyen. Supongo que habrá de todo, como en botica. Hemos pasado del refrán “de casa se sale llorado”, que impedía demasiadas veces una vida satisfactoria por “el qué dirán” de los vecinos, a una exposición pública y continua de cualquier situación, al puro exhibicionismo. Si la denuncia de algo injusto es obligada, la salmodia continua (venga, o no, a cuento) refleja muchas veces la imposibilidad individual de resolución de problemas normales de convivencia -con ausencia de empatía para el otro- que poseen quienes piensan que es el Estado el que siempre tiene que estar al quite. Y así no hay discurso coherente que perdure. Ni planificación óptima, ni valores que no se acaben frustrando.