La mala educación. Felipe Fernández

c.q.d.
Felipe Fernández

Que los principios, educación y valores por los que se rige una sociedad están en constante evolución es un hecho indiscutible. En realidad, un análisis desapasionado y objetivo produciría, sin ninguna duda, una imagen precisa de la sociedad del momento. Tal es así que, según las épocas, y gracias a la proliferación de información y opiniones, podríamos obtener una fotografía diaria con muy poco margen de error. Sin perjuicio de nuestras preferencias individuales, casi nunca plenamente satisfechas, la observación produce a veces disgusto, a veces indiferencia, a veces acuerdo. Dicho así, parecería la solución perfecta, puesto que en eso consiste, en que la mayor parte posible de la población se vea reflejada en esos principios de los que es la protagonista directa. Pero claro, en cada uno de nosotros hay una formación, unas costumbres, una ideología que nos llevan a aceptar mejor o peor, o simplemente a no aceptar, determinados usos que se ponen de moda. A todo ello, debemos sumar la enorme importancia que tienen las redes sociales en nuestro día a día; aunque quieras ignorarlas, no puedes desdeñar su influencia. Para quienes damos

En cada uno de nosotros hay una formación, unas costumbres, una ideología

importancia a los gestos, a la elección consciente de las palabras y al innegociable compromiso de respetar a los demás, hay determinadas actitudes que, por mucho que sean aprobadas por otros, nunca practicaremos. La grosería, las palabras soeces como medio para ocultar las carencias léxicas o los gestos inapropiados, deberían ser materia exigible desde la niñez. Quizá la manipuladísima “Educación para la Ciudadanía” debería haber desarrollado su currículum alrededor de estos principios y no haber dado carta de naturaleza a los doctrinarios que, como es bien sabido, no necesitan ninguna justificación para extender sus dogmas. Ni que decir tiene que este compromiso de comportamiento “adecuado”, adquiere rango de exigencia cuando se desempeña algún papel de representación ante otros. No me imagino directores de centros educativos tocándose ostentosa y gratuitamente sus partes íntimas ante el público, ni responsables electos vociferando palabrotas para argumentar sus razones. Es más, a mayor discrepancia, mayor disposición para escuchar, para suavizar las diferencias a través de los buenos modales. Y es cierto, siempre habrá “Rufianes”, pero, no lo dude, desaparecerán disueltos entre sus propios excrementos verbales a no mucho tardar; pura cuestión de supervivencia. Son las excepciones que confirman las reglas y las que nos hacen creer, si cabe con más fuerza, en la importancia de una buena educación.

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