Bilingüismo. Felipe Fernández.

Como soy de un pueblo extremeño de emigrantes, he disfrutado mucho los veranos en los que llegaban los “primos de Francia” a pasar las fiestas Patronales. En realidad, eran primos de Francia y de Barcelona y de Bilbao y de Suiza, y de muchos otros lugares a los que sus familias habían viajado para buscar un futuro mejor. Cuando volvían, envueltos en ese halo misterioso que concede la lejanía, les hacíamos toda suerte de preguntas acerca de cualquier asunto que nos pareciera interesante, y ellos respondían pacientemente a todo, como si el regreso desde allí implicara la obligación de ilustrar al de aquí. En esas respuestas, mitad veraces mitad amables, se podían adivinar todo tipo de acentos, de pronunciaciones y de interjecciones, aportando un exotismo que todavía hacía más verosímil el relato. Y aunque en aquellos tiempos, para nosotros, chavales, representaban un mundo diferente e inalcanzable, más adelante al recordar, comprendí algunas de sus tragedias. Lo cierto es que, presionados de un lado por el valor sentimental de su lengua madre, pero exhibiendo a la vez un apego coherente a la marcha de los tiempos, se esforzaron heroicamente por dominar dos lenguas cuando, a menudo,

Sé que todo mejorará, aunque sea a costa de las costillas de los docentes, como siempre

es tan difícil el dominio de tan solo una. Pues bien, conocido este antecedente, pero condicionados por el fervor europeísta y por esa maldición secular referida a la incapacidad hispana para los idiomas, comenzó la alocada carrera por el bilingüismo escolar. Si bien el diseño ya auguraba un desarrollo complicado, la experiencia nos ha demostrado que, hasta hoy, el fracaso es constatable. En Extremadura, en la que se empezó la casa por el tejado, se inauguraron las secciones bilingües como el que inaugura ferias de ganado, sin tener personal cualificado y, lo que es peor, sin los planes adecuados para cualificarlos. La realidad incontestable es que, a día de hoy, alumnos que estudian segunda lengua desde que nacen hasta que se incorporan a la universidad o al mundo laboral, demuestran serias dificultades para expresarse en esa segunda lengua. Y por si esto fuera poco, las secciones bilingües han segregado alumnos en “grupos-gueto”, cuya oportunidad está siendo muy controvertida. Soy optimista. Sé que todo mejorará, aunque sea a costa de las costillas de los docentes, como siempre. Aunque si le digo la verdad, escuchando las declaraciones de los políticos presos, sus patadas al diccionario y sus balbuceos, rebajo mi optimismo. ¡Cosas de la edad!

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