Con ánimo de discrepar
Víctor Casco
Desde 2016 vivimos unas elecciones perpetuas. El bloqueo, el infantilismo y la táctica se han impuesto a la capacidad de construir programas sobre una base de mínimos, el sentido de estado y la estrategia. Y es un juego en el que están instalados todos: Pedro Sánchez y Pablo Casado en primer lugar, deseosos de volver al tradicional bipartidismo y embarcados en destruir a sus competidores (Podemos por la izquierda, Ciudadanos y VOX por la “derechísima”) y Pablo Iglesias y Albert Rivera después, que no son capaces de convertir sus escaños en poder político real, reducidos al siempre triste papel de convidados de piedras.
El último pilar que se mantiene en pie del bipartidismo es un gobierno nacional en solitario. Ya no hay partidos con mayorías absolutas, ya no hay rodillos, es forzada la cultura del pacto pero hasta el momento, y desde 1978, todos los gobiernos de la Nación han sido monocolores. Eso lo sabe Pedro Sánchez y por eso se niega a un gobierno de coalición, apostando todo al desfallecimiento del rival por agotamiento. Incluso estará dispuesto a arriesgarse en otras nuevas elecciones anticipadas, volviendo a la casilla de inicio: son las elecciones permanentes.
El poder es un poderoso cemento y tener ministros es un pegamento que tal vez permita coser heridas
Ayer nos dijo que no puede gobernar con Podemos. Hoy que no puedo hacerlo con Pablo Iglesias. Mañana –si Iglesias aceptara el veto– dirá que no puede con un ministro que le proponen porque éste lleva una camisa de flores. Por su parte, Pablo Iglesias sabe que el poder es su última frontera y tal vez la única posibilidad de supervivencia de una formación en claro declive. El poder es un poderosos cemento y tener ministros es un pegamento que tal vez permita coser heridas, cerrar grietas y arreglar las goteras de la casa.
Pero este es un juego peligroso. La irresponsabilidad de Pedro Sánchez, la incapacidad de acción de Pablo Iglesias, son un poderoso motor de desmovilización del voto de izquierdas: hay cansancio, hay agotamiento entre los electores. En unas nuevas elecciones, la abstención puede alcanzar cotas de nuevo altas… y ya sabemos lo que eso significa.
Durante años hemos calificado al bipartidismo de un cáncer de la democracia. Seria un grave error que la conclusión que saque la ciudadanía del multipartidismo es que éste siempre aboca al bloqueo.