Educación. Felipe Fernández

c.q.p.
Felipe Fernández

A pesar de que las sucesivas e, incluso, distintas administraciones, han proclamado su fe inquebrantable en la autonomía de los centros educativos, ninguna de ellas, por lo menos en nuestra comunidad autónoma, ha tenido el más mínimo empacho en cercenarla repetidamente. Cada circular, cada instrucción, cada decisión, cada acuerdo sindical ha sido bien explícito a ese respecto. Así, expuestos a la intemperie de las relaciones personales, la irrelevancia en las decisiones y los acatamientos debidos, la lucha es tan desigual como improductiva. Cuando no se decide sobre escolarización, presupuesto, obras y personal, la autonomía se reduce a un puro eslogan, que da muy bien en las proclamas y los medios, pero que tiene poco que ver –poco o nada- con aquello que se anuncia. De esta manera, mientras en la mayoría de los países de nuestro entorno se utiliza la autonomía funcional de los centros con convicción y entusiasmo y con el objetivo irrenunciable de mejorar la calidad educativa del alumno, por aquí seguimos pendientes de la próxima reforma legislativa que nos traiga otra Ley Orgánica diferente y, sin embargo, tan parecida a las anteriores. Admitamos, en todo caso, que la autonomía real de los centros tampoco es la solución a todos nuestros problemas, pero sí es cierto que supondría un paso muy importante en la buena dirección. Y no solo desde el punto de vista de la calidad educativa, sino también para abandonar esa especie de paternalismo reglamentista que ha usurpado la descentralización educativa. Y sí, serían necesarias otras medidas importantes relativas al ingreso en la función pública, la progresiva

En la Educación, la formación y la cultura de nuestros hijos nos lo jugamos todo: su futuro y el nuestro

profesionalización de los directores y la redefinición de la inspección educativa, en la linea, por cierto, de lo que ocurre a nuestro alrededor. Estando casi todos de acuerdo en estos pocos asuntos -y los que no lo están es por intereses personales o por puro sectarismo -tan impropio, pero tan real- produce sonrojo intelectual que la fuerza anacrónica de los sindicatos -los que todo lo igualan- y la eterna pereza política para el pacto -pactar es ceder, y ceder, y ceder- impidan una y otra vez soluciones tan necesarias. Esto no es una broma. En la Educación, la formación y la cultura de nuestros hijos nos lo jugamos todo: su futuro y el nuestro. Y por si esto fuera poco, ninguna obligación de una sociedad es tan obligatoria, tan pertinente, tan reivindicable, como la de proveer, aunque sea a garrotazos -Galdós dixit- educación y cultura a sus ciudadanos. Solo así llega la verdadera igualdad; solo así, cada ciudadano alcanza su verdadera importancia; solo así se entiende el progreso. Lo demás es ruido; furia y ruido.

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