Un otoño japonés (en Cáceres). Alonso Torres

Reflexiones de un tenor
Alonso Torres

No sé quién imaginó, quién pergeñó esa “cosa” tan oriental, tan interesante, en una ciudad como esta, jeje, cercada por la muralla árabe y cristiana (que por cierto, nunca estuvieron juntos y revueltos, árabes y cristianos, y menos con los judíos –a esos solo les pedían dinero, acumulaban oro, pues no podían tener “bienes muebles”-, una milonga eso de las Tres Culturas, si acaso, en la Escuela de Traductores de Toledo auspiciada por Alfonso X, sí, pero en los demás sitiooooosssss, náh!, cada uno por su lado, y el dios de cada cuál, en casa de cada quién), digo, que no sé quién organizó, presentó y diseñó lo del Otoño Japonés, pero me quito el sombrero, que no llevo (“los rojos no utilizan sombrero”, decía una cuña publicitaria de los años 50`s), ante ella o ante él. Okey, para mí, ha dado en el clavo (por cierto, el pabellón de Japón en la Expo de Sevilla`92, no llevaba ni un clavo, todo estaba ensamblado siguiendo las enseñanzas de construcción del templo de Ise, el lugar más sagrado de la cultura nipona).

Una coreografía de lo que aconteció

<<El Butö no es un teatro, no es una danza, si acaso, es una coreografía de lo que aconteció (las bombas nucleares lanzadas sobre el Japón en la Segunda Guerra Mundial por parte de los norteamericanos). Cuando el hombre crea formas nuevas y revolucionarias basadas en la capacidad de experimentar, crea hasta un nuevo sistema mediante una sensibilidad cultivada, una intuición singular y una concentración genial, y eleva así la existencia humana, la eleva toda, la coloca en un plano superior…>>, esto se puede leer en “Y Seiobo descendió a la Tierra”, de László Krasznahorkai (Editorial Acantilado). Seiobo es una deidad japonesa que de vez en cuando se pasea por aquí, por este cochambroso e inigualable planeta, para constatar que sigue existiendo la belleza (todavía).

Fui, dentro de las actividades programadas dentro del “Otoño Japonés (en Cáceres)”, a una representación de Butö. Había visto Butö hacía muchos años, en Barcelona, en el Consulado de Japón, ¡y aquello, entonces, me dio un hostión en tò er cerebro!; los “actuantes” se retorcían y desarrollaban con movimientos “incomprensibles”, como entes agonizantes, sombras o monstruos, o todo junto, su miedo, su dolor, su desesperación, su muerte, su desaparición… lo que vi en el Gran Teatro de Cáceres no fue aquello (en Japón, la persona que “hace” Butö no hace nada más, es una religión, como el que fabrica con las manos las máscaras, “que hacen daño”, del teatro No, o el intérprete de Kabuki), pero lo acaecido en Cáceres fue bello, fue duro, fue hermoso, fue efímero (mono no ware, “nostalgia compasiva por las cosas bellas efímeras”); las y los actuantes “vertieron” posiciones, formas, coreografía, imágenes y sentimientos sobre el escenario que no son los habituales por estos lares, gracias, ¡y que viva el nuevo emperador del Japón, Iruhito!

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