Indias Galantes. Alonso Torres.

Reflexiones de un tenor
Alonso Torres

Ya me gustaría a mí ser serio como Javier Gomá (acaba de publicar un libro titulado Dignidad, jeje, qué chungo va a resultar leerlo), o cortante como lo fuera Eugenio Trías (me flipó El Canto De Las Sirenas), o jodidamente intelectual, culto y bon vivant como Sollers (publicado en España por Páginas De Espuma), o como el gran finado, Sánchez Ferlosio, o Gregorio Morán (el escritor, fundamental para entender ciertas cosas recientes de este país), perooooo, pero salí así, sin más, aunque eso sí, con unos dragones que te.cagas.las.patas.pa.bajo al fondo, al fondo a la derecha, que es donde en la mayoría de los casos está el w.c.

Escribo lo de ahí arriba porque el otro día compartí con mi madre, vía internet (los dos delante del ordenador y con la televisión apagada, una peste de programación, además nos han quitado desde la puta plataforma a la que pertenecemos y pagamos, Moviestar, el canal Arte y el Mezzo), digo, que compartí con mi madre la visualización de una ópera-ballet, Las Indias Galantes, que ya habíamos visto con anterioridad (anécdota/quejido: a uno de mis hermanos le molan los compositores franceses barrocos y fue convidado por las hermanas y un servidor a la Ópera de París, oh!, la-là!, para asistir allí a una representación de dicha obra de Rameau -con libreto de Fuzelier-, pero el tío sieso, después de la representación, no fue a visitar la casa de Tolstòi en Vía Rìvoli ni al barrio de Etoile –Distrito XVII- a comer exquisitas viandas, ¡Dios da pan a quien no tiene mascá!), y la vimos, la ópera-ballet, los dos subyugados (a lo mejor me paso un pelín): la misma obra, la misma música, cantantes medianamente geniales y un cuerpo de baile maravilloso (y me quedo, tal vez, muy corto), pero había algo nuevo, vibrante, novedoso (¡si todo está inventao!, dirán los clásicos), chulo, innovador…

Había algo nuevo, vibrante, novedoso, chulo, innovador…

Y me gustaría ser como los nombrados al inicio de esta columna porque pondría en valor lo que vi (y se lo podría contar como merece): la escenografía no existía (escena vaciada; desde que la ópera de Dresde lo “estrenase” allá por 1960, incorporando videos, no se ha dejado de hacer; muy yeyè), las luces movían las diferentes escenas (cuánto se le debe al rock), los cantantes, el coro y los bailarines vestían “moderno” (eso es lo normal desde 1979), pero la coreografía era diferente, en la Danza De La Pipa, por ejemplo, se baila “scrum” (derivado del hip-hop), en otras escenas se mezcla la escuela Bolera Española con la danza contemporánea, y hay ballet clásico, sí, por supuesto, y butho (que es una barbaridad japonesa), y clow, y bailes folclóricos, y danzas étnicas, y si yo fuera buen relator, como desearía, podría decirles que con ese tipo de bailes, y comportamientos (los cantantes no son palos como Pavarotti o Kraus), la ópera sí sería un espectáculo total no solo para los de siempre, sino para un nuevo público, el joven.

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