Miénteme, dime que me quieres

Desde mi ventana
Carmen Heras

 

No hay mayor jarro de agua fría que el querer comprar algo y que el vendedor no quiera vendértelo. Esto pasa. A veces. Que el dependiente de una tienda cualquiera no percibe tu necesidad imperiosa, por planificada, de conseguir algo, un objeto cualquiera, y pone objeciones, con falsos purismos. Sin atender a tu ansiedad. No, no estoy inventando. Ocurre. Y resulta curioso. Porque implica una falta completa de sabiduría en el oficio. El de saber vender lo que el comprador demanda. Es como en la película de Nicolás Ray, en la que el héroe, Johnny Guitar, le dice a un amor antiguo, Vienna: “Miénteme, dime que me amas” y ella, la imponente Joan Crawford, asiente mientras repite monocorde: ”te amo”. Y se crea un climax. Para siempre.

Piénsenlo. La respuesta no habría podido ser otra, imagínense que le hubiera dicho: “Ay, chico, ni hablar, que hoy no tengo un caudal suficiente de mentiras para darte, espérate al jueves…” Se hubiera ido al traste toda la famosa épica cinematográfica de todos los tiempos. Pues algo parecido sucede con las compras. Que, necesarias o no, siempre tienen argumentos psicológicos, rodeándolas. Compramos por diferentes causas. Aun cuando lo que adquiramos nos sea preciso, hay en el tipo de ánimo con el que lo hacemos, justificaciones diversas -desde las más primarias como el alimento, hasta otras más sofisticadas, hechas desde la parte más compleja de nuestro yo-. Incluso a veces, lo terapéutico de la compra estriba simplemente en el placer de sentirte bien al mostrarte agradecido con alguien.

Sigue el estado de alarma, mientras tanto, cada uno de nosotros dividido entre el temor de un posible rebrote, y el ansía de volver a vivir plenamente y planificar. Los discursos se apelotonan. Uno de los más manidos es el de la ayuda a las tiendas de barrio, la “obligación” de comprar en los comercios de toda la vida, aquí y ahora, por solidaridad. La solidaridad vende mucho, ya saben, tiene estilo, aunque también existen quienes no te permiten que los ayudes. Sorprendentemente, para algunos parece importante demostrar que no necesitan de los otros. Tiene mucho de miopía ese no captar las propias necesidades del comprador y los aspectos psicológicos generales de cualquier compra, entra dentro de esa parte de incomprensión de unos seres humanos para con otros, e implica un desconocimiento profundo de cuanta afectividad existe en nuestras vidas. Por no hablar de una falta rotunda de pericia y competencia en lo suyo.

Esta noche tuve un mal sueño, con diferentes actores pero idéntico decorado. De tanto en tanto, se me repite, demostrándome que los recuerdos mandan sobre nosotros y nos mantienen como protagonistas (una y mil veces) de nuestra propia historia. Me he despertado con aprensión, internamente gritando: “No, por Dios, otra vez no”. En la pesadilla, se lo contaba a mis padres, ellos torcían el gesto pero no decían nada. Puede que todo haya sido debido a que me pasé un poco con la cena. “Has comido mucho” (recuerdo que argumentaban en casa, en situaciones similares). Tengan cuidado, amigos, con las digestiones largas y los estómagos beligerantes. Sacan tus demonios a pasear.

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