Mi lienzo vacío. Cora Ibáñez

Las crónicas de Cora
Cora Ibáñez

Me presto a conversar conmigo misma en voz alta. A veces, incluso, me lanzo gritos que reflejan los avatares que me depara la vida.

Incluyo un trazo fuera de contexto y me mancho los dedos de pintura a modo de abrigo para el alma, como si fuera un conjunto de formas, líneas y figuras romas, lleno de recovecos en los flecos de la tarde.

Aquella amalgama de colores en los que se van traduciendo los sueños inciertos, aparca las horas quedas en la inmensidad de un lienzo en blanco.

Recojo el principio de mi consciencia y lo esparzo como puedo con un pincel de hebras finas tejidas con los recuerdos, para después ir sujetando los pensamientos a esos renglones que me suscita el movimiento acompasado y ritual de brochazos tenues y transparentes.

Interpreto el arte intrínseco de la mejor manera posible y que la propia imaginación me regala como fuente de vida.

Intento cuajar un lenguaje diferente para cada trabajo, comulgando con la creatividad en esa comunicación muda.

Tengo presente en mis sueños vagos, la música que se acerca a mis oídos cuando nadie me ve.

Tejo las cadenas que me sujetan a un nuevo espacio vacío para llenarlo de mil sensaciones dispersas que van colocándose poco a poco en su lugar, trayéndome sin querer, la mágica luz de una nueva creación.

En ese momento abyecto, en el que se altera el terreno fértil de las palabras con las que expresar sentimientos nuevos, requiero la magia sutil de aquellos pigmentos que un día sobrevolaron muy por encima de mí y los insto a modificar el puzle entrelazado de un millón de emociones coloreadas que pugnan por quedarse para siempre en mi interior y atropellan las ganas de salir y explotar, por fin, en el mundo.

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