El resfriado. Cora Ibáñez.

Las crónicas de Cora
Cora Ibáñez

Cuando no tienes más remedio que poner una palabra detrás de otra y el cerebro burbujea al compás de los estertores de la tos, es cuando te das cuenta de las limitaciones que te impone un constipado.

Una música socarrona y vibrante retumba en mi cerebro y se asemeja al chirrido de hierro sobre piedra que golpea en los aledaños de mi cabeza.

El gato con bigotes de colores que me mira a través del calendario de la pared, me recuerda, no sé por qué, la lluvia de primavera que tanto he ansiado, más que nada por ver si se lleva, con el viento de la mañana, todas las impurezas quedas en los poros de mi piel.

Me siento tranquilamente a esperar un momento mejor

Deduzco que no amalgamo las ideas cuando segrego palabras inconexas producto de la fiebre y se me escapan los vítreos ocultos de las cuencas de los ojos cuando se llenan de lágrimas aceitosas, como la trementina, y me bloquean la garganta.

Me siento tranquilamente a esperar un momento mejor o hasta que se despeje el cielo nublado y salga la luna fría de marzo. Tenue, serena y limpia.

Un calor inimaginable en estas noches de invierno recorre el escalofrío que baja por la espina dorsal y se cuela en mis extremidades.

Aparece sin remedio, la magia profunda que hace estallar mis huesos y tiemblo de frío con los párpados entrecerrados y la mirada perdida.

No tengo ganas de nada. Solo aguardo el paso del tiempo y el tictac sonoro del reloj que me regale un día nuevo sin este incómodo resfriado…

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