c.q.d.
Felipe Fernández

No hay manuales ni recomendaciones fiables. Los consejos sirven a veces, pero a veces no. Dudosos ante las nuevas decisiones que se presentan casi todos los días, optamos por resolver con soluciones no siempre razonables. Empeñados en que no cometan nuestros mismos errores, espantamos nuestros fantasmas para tratar de aliviar los remordimientos, como si eso fuera posible. Y es que, puestos a exigir nuevas titulaciones universitarias, no estaría de más algún grado que enseñara la “profesión” de padres, así, como el que aprende a construir puentes, a resolver logaritmos neperianos o a enseñar un idioma. Cierto es que debería actualizarse cada poco para así enfrentar las dificultades que surgen a cada momento con cierto conocimiento de la situación: cuál es la alimentación correcta en cada edad, a qué colegio deben ir, cuáles son los principios y valores imprescindibles que deben aprehender, dónde pueden ir y dónde no, y así un largo etcétera extensible con nuevas propuestas. Quizá, puestos a soñar, el Grado podría dividirse en tres especialidades

Todos deberíamos pasar una especialización, con el único propósito de saber enseñar afectividad, cariño y generosidad

consecutivas relativas a la edad infantil, la adolescencia y la juventud, con posibilidad de ampliación cuando permanezcan en el nido más de lo deseable. Algunas de las materias del currículo serían fácilmente consensuadas, sobre todo las que se refieren al consumismo -con especial atención a lo innecesario-, los modales con los adultos -con especial atención cuando hay un “no” por el medio-, y la tendencia creciente a la frivolidad –con especial atención a las redes sociales-. Otras, podrían dividirse en optativas o troncales según los objetivos y según las pretensiones familiares, para así adaptarse más cómodamente al entorno. En todo caso, la titulación se obtendría después de unas prácticas rigurosas y formales en las que el alumno demostrara sus destrezas incluso en situaciones no previstas, resolviendo las dificultades que surgieran con suficiencia y conocimiento. Para los que no pudieran asistir de manera presencial por los avatares de la vida, sería preciso organizar un temario a distancia que cumpliera con todas las exigencias académicas y respetara, eso sí, el periodo de prácticas presencial, no sea que el título sufriera una devaluación indeseada. Y, finalmente, todos deberíamos pasar una especialización, con el único propósito de saber enseñar afectividad, cariño y generosidad, valores irremplazables para siquiera conseguir buenos propósitos.

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