Leonardo Da Vinci. Alonso Torres.

Reflexiones de un tenor
Alonso Torres

Iba a escribir sobre la tontería de no tirarse pedos en “la noche de autos”, o sea, en la noche (o en la mañana; o en el mediodía; o en la madrugada; o en la tarde…) en la que por vez primera te vas con un tío, o una tía, o una yegua (uuummmhhhh, en El Público, de Federico García Lorca, aparecen muchos equinos), o con un cisne (que se lo pregunten a Leda y al capullo-obvio de Zeus, que con sus transformaciones siempre logra “lo casi único”), digo, que iba a escribir sobre la vergüenza de tirarse pedos después de chupar vaginas, vergas, coños o penes, pero he desistido porque el artículo, esta mañana, me pide música.

El mundo es un sitio incómodo

Hace unas semanas se cumplieron los quinientos años del fallecimiento de Leonardo Da Vinci, un puto crack: pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, botánico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, MÚSICO, poeta, urbanista… <<tenemos una visión demasiado grandilocuente de él>>, esto lo escribe el gusano (por tamaño, no por fabricación seda) de Miguel Ángel Cajigal, que es miembro de ICOMOS (la cosa esa de la UNESCO que se dedica a los monumentos). El mundo es un sitio incómodo, y como mucho, y bien (ahora se empezará a hacerlo mal), se ha escrito de Da Vinci, este pobre mortal abandona al italiano y visita el final de la vida de Granados (mientras escucho Las Doce Danzas Españolas de él, de Granados).

Tenía miedo del mar, no sabía nadar (y como en el libro de Gabriel García Márquez -´”Gabo” pa los colegas, entre los que nunca me encontré-, Crónica De Una Muerte Anunciada, me adelanto a los acontecimientos y digo que se murió ahogado cuando el barco en el que navegaba, el Sussex, fue torpedeado por los alemanes en la Iª Guerra Mundial). Firmó un contrato sustancioso en los Estados Unidos, dio más conciertos de los que a él le hubiera gustado dar porque tenía prisa por volver a España, pero El Leviatán (el monstruo que se lo traga todo) le esperaba en el Canal de La Mancha y lo devoró, como a su mujer, que cayó al agua y tras ella marchó él; se arrojó para salvarla y perecieron los dos, así es la vida. En cierta ocasión dijo, “lo mejor es lo que no se escucha” (¿se refería a los pedos en “la noche de autos”?).

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