Carácter. Carmen Heras.

Desde mi ventana
Carmen Heras

Para agradarme, mis amigos y amigas hablan de mis buenas dotes como docente, de mis muchos alumnos a lo largo del tiempo, de mi seriedad a la hora de cumplir. He escuchado los consejos de quienes sabían más que yo, al menos eran más sabios que yo por ser más mayores y haber vivido antes que yo situaciones que para mi eran nuevas.

Cuando cumples años, algunas de las cosas con las que tropiezas enseguida, además de con el adjetivo señora, es con el sentimiento de que ya conoces la respuesta si alguno más joven que tu se hace una pregunta. Lo de señora depende de quien lo diga. Si lo hace un conocido de mediana edad sabes que lo dice con deferencia. Si quien lo pronuncia en voz alta es un chaval sabes que te está viendo las arrugas de la cara, e incluso las del alma.

Otra cuestión que aprendes es que no eres muy importante y que casi nadie es importante, salvo para los verdaderamente cercanos. El mundo te reconoce y deja de reconocerte a intervalos variables. Generalmente tarda más en lo primero que en lo segundo. Y aún así lo hace en ambos casos. Pero fíjense, amigos, aunque una persona sea reconocible, sus acciones no siempre lo soñé tiempo real, porque demasiadas veces la gente de afuera no han visto, no han leído, no se han interesado, etc. Por eso aprecio la listeza de muchos individuos, representativos de nuestra sociedad, que han sabido desde muy pronto que los asesores no es que sea legítimos, sino que son necesarios. Que para qué? Para apreciar por ti, para pensar por ti, para elegir por ti. Lo vemos en miembros relevantes de las clases altas, lo vemos hasta en los debates electorales televisivos. Y es ahí donde yo me pierdo, debe ser porque los ochenta me pillaron en la universidad. Y entonces era vergonzante llevar al lado a un apuntador, jiji.

Cuando cumples años, algunas de las cosas con las que tropiezas enseguida es con el sentimiento de que ya conoces la respuesta

Aunque pensándolo bien, estos nuevos oficios han contribuido a crear puestos de trabajo y que duda cabe que tienen un rol interesante. En alguna ocasión me ha ocurrido (supongo que a cualquier responsable le ha pasado por lo mismo), que he imaginado lo bueno que hubiera sido para mi el qué alguien hiciera mi trabajo, tomase mis decisiones unitarias, alguien en el que reposar la cabeza segura de estar siendo bien aconsejada. En momentos de crisis, por décimas de segundo, uno siempre vuelve la vista hacia otros seres con vidas monótonas y previsibles y también por ese breve tiempo añora su anonimato y la ausencia de implicación de su tarea en alguna decisión difícil de tomar.

Una vez alguien me explicó algo que nunca he olvidado: que los cargos imprimen carácter. Ya saben a lo qué me refiero. Al carácter sacramental que, según la doctrina de la iglesia católica, es una marca espiritual indeleble impresa por tres de los sacramentos: bautismo, confirmación y orden sacerdotal. Evidentemente, quien me lo dijo, le daba al asunto un significado totalmente laico.

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