Chocolate con churros

Reflexiones de un tenor
Alonso Torres

Me gustan las churrerías, me gusta desayunar en ellas cuando vengo de recogida tras noche trasnochadora (agotado por bailarina jornada), o cuando casi de madrugada, después de lectura muy muy mañanera (como hoy, por ejemplo, que he estado revisitando “El Enigma Del Santo Domingo” de Melville, porque hay, afortunadamente, vida después del Capitán Ahab) me visto y salgo de casa a por esa maravillosa creación humana llamada “churro”. No me gustan las cafeterías o los bares para desayunar churros (aunque allí los lleven desde las cercanías; no es lo mismo, no, o por lo menos no lo es para mí: los churros, en la churrería).

Había (y hay) una jartá de churrerías en La Talada, “qué bonita es mi ciudad”. Recuerdo una que ya no existe que estaba en el descampado entre la calle Argentina y la avenida de Alemania, y era, la churrería, un prefabricado de esos que sirven para guardar los aperos de las obras (algo casi impensable a estas alturas de la modernidad de churrerías de diseño y de franquicias). Otra que también ha cerrado, Nerea, estaba cerca del Puente de San Francisco y tenía un chocolate extraordinario; pero la más heavy (por el personal que allí iba y se encontraba) era la Hernán Cortés, en apenas unos metros cuadrados, un caldero de aceite hirviendo, masa, una mesa sobre una tabla y unas burrillas, y la puerta, porque apenas era más grande el negocio, y sin embargo, perfumaba toda la avenida, desde la Plaza de Toros hasta El Caballo.

Perfumaba toda la avenida, desde la Plaza de Toros hasta El Caballo

En la calle Petrixol (Ruiseñor) de Barcelona, la calle que conduce a la Plaza del Pino, hay un churrero que pone música clásica, y el colega canta las arias de las sopranos porque dice que cuando canta, “soy muy mujer”. Pero la (churrería) que me llevó un día al cielo fue la del mercado de Huelva. Estábamos allí la Tuna de Punkisterio y nos juntamos con una familia gitana que iba a tocar por el centro (acabamos todos frente al Teatro Colombino, los gitanos, los tunos y la cabra, actuando, y tras repartir perras, nos dijo la matriarca, “vusotros sois mú carrileros”), y dentro del garito donde expendían las masas fritas amadas por los dioses,nos encontramos con Cristo, con el Hijo de Dios, y tras invitarle a un café, un orujo y tres churros gordos, nos dijo: “id en paz, y cantad, cantad y sed peregrinos en este mundo lleno de infieles”.

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