Historias de Plutón
José A. Secas
Hace unos días leí una reflexión muy acertada, en una red social, que ponía en evidencia la importancia de escoger precisa y correctamente las palabras a la hora de dirigirte a los demás. Aparte de ser una perogrullada (más, cuando tratas de comunicarte -ni más ni menos- hablando o por escrito), al profundizar en esta evidencia, aprecias y descubres cómo las palabras han generado niños traumatizados, como personas sensibles han sido condicionadas o coaccionadas o individuos normales y corrientes se acuerdan de una regañina, una “etiqueta” repetida, un reproche o una acusación durante toda su vida. Ahí te das cuenta de lo importante que es lo que dices, cómo lo dices y en qué momento lo dices.
Total, que, como siempre, la enseñanza -repetida- está en que hay que pensarse mucho las cosas o, lo que es lo mismo, ser consciente del momento, de la situación y del interlocutor para ser preciso y alcanzar en ese acto de comunicación, los objetivos del emisor; eso sí: constructivamente, aportando, sin herir, en positivo…
La vida nos pide consciencia constantemente
Por otro lado, encontramos una sólida alternativa a esta aseveración (como a cualquier otra) y reflexionamos ante afirmaciones que restan importancia a las palabras y ponen el énfasis en los hechos. “Las palabras se las lleva el viento”, dicen. “Mucho lirili y poco lerele”, “bla, bla, bla”, “patatín y patatán”, “esto, lo otro y lo de más allá”… frases, refranes y, en definitiva, reflexiones categóricas que anteponen la actitud, los hechos, el ejemplo de vida y los actos que construyen nuestra presencia vital, a las palabras que vertemos en escritos, cacareamos en público o susurramos al oído. Palabras que, definitivamente, piden a gritos congruencia y coherencia con los hechos que siempre las acompañan; precediéndolas o a posteriori. Hablar y comportarse, no dejan de ser dos medios de información y comunicación íntimamente ligados que exigen una justa correlación.
Todo este preámbulo y circunloquio para decir que la vida nos pide consciencia constantemente, que tenemos que esforzarnos en tener presente nuestra actitud de vida y nuestro comportamiento porque, aparte de nosotros y nuestra propia conciencia (sin ese), somos juzgados por los demás y por la vida misma y, ya que estamos, deberíamos tratar de hacerlo lo mejor posible.
Creo que ser buena gente es fácil y que cuando pensamos en nosotros y nuestros semejantes con perspectiva y nos damos cuenta de nuestra insignificancia y de la fugacidad de la vida, llegamos a la conclusión de que no merece la pena gastar energía en cualquier cosa que no aporte felicidad; en cualquier cosa que no esté impregnada de amor (en toda la extensión de la palabra). Es ahí, hablando a los demás en cualquier ámbito y, luego, comportándote y haciendo cosas, como muestras tu integridad como ser humano y contribuyes a la evolución de la especie.
Vuelvo al principio. Me encanta la contradicción. Mucha verborrea y poca chica. Mi padre decía: “a Dios rogando y con el mazo dando”. Amén (con tilde) y amen (imperativo y sin acento).