El regreso de vacaciones. Felipe Fernández

c.q.d.
Felipe Fernández

En español no tenemos un término tan preciso para denominar esta época del año, el final del estío. En francés, sin embargo, la palabra lo define perfectamente: “La rentrée” Buscando un sinónimo en castellano, teniendo siempre presente ese principio que dice “traduttore=traditore” me ha parecido que septiembre es, por sus propias circunstancias, el mes de los regresos, de los reencuentros, el que señala el fin del estío, tan unido a las vacaciones y al tiempo libre. Aunque queramos resistirnos, las pruebas evidencian el cambio de estación; comienza el curso escolar, bajan –por fin- las temperaturas y la gota fría hace de las suyas en el levante español. Como siempre por esta época, desplegaremos una lista numerosa de buenos propósitos para calmar nuestra conciencia. La mayoría de ellos versarán sobre la salud y sus múltiples caras: adelgazar, alimentarse bien, dejar de fumar, hacer deporte… Pero algunos otros tendrán que ver con aspectos menos tangibles,

La verdad no tiene nunca una sola cara

menos prácticos, más espirituales. En todo caso -la experiencia lo demuestra- muchos quedarán inconclusos y algunos, los menos, los empezaremos con buen afán y acompañaremos su recorrido hasta un final indeterminado. Por mi parte, he hecho una lista moderada en cantidad, pero intensa en contenido. Dejando a un lado las que se refieren a la salud, ya esbozadas aquí arriba, me he propuesto dedicar el tiempo suficiente a todas aquellas disciplinas que me permitan subir peldaños, que me lleven a aprender y conocer. Lejos de caer en autocomplacencias absurdas y limitantes, me invito a explorar nuevos caminos, ahora que el tiempo cobra cada vez más importancia. Pero, sobre todo, me impongo resaltar la importancia de los asuntos en apariencia irrelevantes, esto es, los que damos por supuestos sin más, como si no fueran a faltar en ningún momento. Me resisto a hacer una clasificación porque seguro que habría muchas posibilidades diferentes, pero no tengo ninguna duda de que podríamos esbozar una decena rápidamente, sin pensarlo mucho, como se muestran los pensamientos sinceros y verosímiles. Exacto, tiene mucho que ver con estar cada vez más cerca de los que nos quieren, con moderar las pasiones a base de palabras y reflexión, y con la inaplazable decisión de reconocer –ahora sí y para siempre- que la verdad no tiene nunca una sola cara y que los argumentos razonados y respetuosos deben ser siempre valorados. Un último propósito: la chabacanería, la vulgaridad y la ordinariez deberían ser materia penal; tal es el daño constatable y duradero que producen. Sea.

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