Palo. José A. Secas

Historias de Plutón
José A. Secas

Sí, me dieron un palo pero, puestos a elegir, prefiero un buen palo que una sucesión de palillos encadenados y regulares de por vida. El palo duro te rompe; luego, te reconstruyes y sales como nuevo. Fácil. Ahora, ya que tengo el palo, no me apetece nada tener que aguantar la vela correspondiente y reglamentaria; elijo extenderla y que se llene de viento fresco e impulse mi barco en su travesía. Aunque, mirándolo bien, me gustan más las velas de luz que las de las embarcaciones. Las velas, de cera; por supuesto. Las velas de mocos verdes que caen de la nariz del niño constipado, tampoco me gustan. Velas de cera de abeja. Esas. No de parafina y otros derivados sintéticos. Quiero velas que chorreen goterones de cera que se enfrían y solidifican según descienden, cayendo por encima del goterón anterior; velas con pabilos que echen un humo oscuro y denso cuando ardan. Y puestos a arder, creo que es preferible arder en deseos que arder en el infierno y, ya que estamos, son mejores los ardores guerreros (de la paz) que los de estómago, ¿me equivoco?

No me gusta nada la deriva que está tomando el escrito. Estoy muy oscuro, disperso, desconectado de la realidad. Debe ser porque el palo recibido ha afectado a mi modo de ver las cosas. Ya saben: el vaso medio lleno o medio vacío… Ahora que estoy haciendo el papel de pesimista y enveneno mi discurso con una pretendida ironía graciosa, me doy cuenta de que se siente uno más seguro cuando pisa mierda que cuando anda en las nubes. El cielo pertenece a los pájaros, a los aviones y a Superman; nosotros, los humanos de andar por casa, somos más bien terrestres y mamíferos del todo. Ese vínculo con la polvorienta o rocosa tierra, nos hace mirar al cielo solo para sentirnos a expensas del buen o mal tiempo.

El cielo pertenece a los pájaros, a los aviones y a Superman

Ese cíclico transcurrir de la sombra a la luz entre los amaneceres y los ocasos, pone a las cosas en general, y a tus cosas en particular, en su sitio; que, por cierto, nunca sabes dónde está. En ese estado atribulado, tampoco sabes dónde has puesto las gafas de cerca, el paño de cocina o las entradas del teatro. Las acabas de comprar y después de buscar dos veces en todos los bolsillos de tu indumentaria de invierno, empiezas a ponerte nervioso que, no es otra cosa, que un rebote emocional, sentimental, mental y racional, que se traduce en una pequeña arritmia cardiaca, aumento de la presión arterial e hiperventilación desajustada, Ese es un estado que tanto placer y dolor -contradicción e ironía- nos produce, como cuando nos acordamos de la persona causante del palo en medio de una conversación banal o en la sala de espera de una consulta médica.

Y no, definitivamente no es conocido el remedio para los males de amores y dolores de alma. Eso es un mecanismo que hemos venido a aprender a este mundo y que cada cual lo lleva en una fase del desarrollo y lo entiende de modo distinto. Sentimientos diferentes, como cada uno de nosotros, que no somos más que, bien mirado, polvazo de estrellas; eso si, con capacidad de sentir y saberse ser o, al menos, ente. Esto es difícil de leer y más fácil de entender, como pasa con los palos (atravesados, que nos dan, que nos soportan o que nos elevan) de la vida; ya sabes: esas cosas que pasan (o acontecimientos que ocurren o hechos que acontecen, como quieras) a menudo en el devenir de la existencia y que mientras queremos, o no, ponerle etiquetas, ya estamos en otra. Mariposa. Bicha. Gusana metamorfoseada.

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