Desde mi ventana
Carmen Heras
Hoy he tenido una pesadilla, no me digan por qué, quizá cené mucho para mi costumbre, quizá los pensamientos que una tiene se transmutan y se hacen visibles a través de las imágenes del sueño.
La pesadilla era ciertamente inquietante, fuera por donde fuera aparecía lo que no debía de aparecer. Continuamente. En diferentes períodos, lugares, circunstancias. No había descanso. El temor a tenerla ante los ojos se adelantaba a la visión y ésta, aún siendo corpórea, tenía visos de intangible, otra cosa no podía ser. El sonido de un tempranero mensaje telefónico me despertó. Y agradecí a la fortuna el hacerlo, aunque mi ánimo tardara tiempo en serenarse y olvidar.
En la serie “Merlí- sapere aude” el personaje de la profesora que hace -muy bien por cierto- María Pujalte, practica con sus alumnos “la prueba de la carpeta”, usando de cobaya a uno de ellos. Les dice a sus compañeros que cuando ella les pregunte por el color de la misma (rojo) todos digan que es verde. Y así ocurre. La “víctima”, que ha llegado tarde y no sabe nada de la estratagema, mira sorprendido a cada uno de los que afirman ver este último color, siendo como es la carpeta roja, pero acaba confesando, al ser preguntado, que la carpeta tiene color verde. Frente a la opinión mayoritaria del grupo, duda de su propia percepción, información y opinión y acepta la de todos. Para seguir siendo parte de aquel, supongo.
Individuos de tribu somos. Cuando trabajaba en los Seminarios prácticos con mis alumnos, adiestrándolos en sus próximas tareas como profesores de Primaria, siempre observé que algunos sobreponían lo que la memoria de lo estudiado en cursos anteriores les recordaba, por encima de lo que el conocimiento directo les estaba dictando. Convirtiendo así una prueba sencilla para niños en algo demasiado sofisticado de realizar.
¿Qué ocurre cuando las aplicaciones reales de los diferentes poderes se entrecruzan? ¿Cuál de ellos tiene más fuerza a la hora de ejercerse? Para muchos, ese es el dilema, pues los análisis de los sesudos profesionales no son unánimes. Y porque no lo son, se entra en la discrecionalidad.
¿Se debe aceptar dicha discrecionalidad? Dicen los peritos en las materias que sí. Por los resquicios de las sentencias buscan los abogados los argumentos que las hagan cercanas a los postulados que defienden. ¿Lo mismo se debe hacer en la política? Muchos argumentarán que también. Defendiendo el relato que pueda construirse sobre algo que ha dejado de ser permanente, se llega al concepto de “interpretable”. Y al pragmatismo “adecuado” al momento.
¿Debe actuarse siempre con pragmatismo en lo que son las cuestiones fundamentales de un país, de una persona, de una decisión? A menudo parece que los más jóvenes han decidido que si. Y el mundo, dicen, que es de los jóvenes. Pero, ¿solo de ellos?