O el espectáculo debe continuar. Como prefieran. El jueves pasado a medianoche arrancaba la campaña electoral más apática de la reciente historia de este país. Una campaña que estará marcada por los reproches y la manifiesta incapacidad de alcanzar acuerdos. Las encuestas han arrojado datos variopintos. El último bombazo fue el CIS de Tezanos, que augura una victoria aplastante de Pedro Sánchez con un incremento cercano a los 30 diputados. Una encuesta de la que todo el mundo desconfiaría si no fuera porque en la última clavó, casi al dedillo, el resultado.
En un momento donde los partidos deben recuperar la ilusión de sus votantes, los reclamos de campaña son imprescindibles. El PSOE ha optado por un clásico que nunca pasa de moda, una interpelación directa al presente con todo el positivismo del que puede hacer gala: “Ahora, Sí”. Una campaña que ya utilizase José María Aznar en su intento de asaltar la Moncloa de González. El PP de Casado opta por hacer piña en torno al sentimiento de país para tratar de recoger los prófugos que se han ido marchando a VOX y Ciudadanos. Sería algo así como “la operación retorno” con un concepto algo manido pero igual de efectivo: “Todo lo que nos une”. Además, en un momento de tensión con Cataluña, que los populares tratarán de capitalizar.
Algo más perdido anda Albert Rivera con su eslogan de campaña, “España en marcha”, pues la celeridad de los acontecimientos vuelven a quebrarle la cintura. Si bien sacó rendimiento de su negativa a negociar con Sánchez durante las pasadas elecciones, el movimiento in extremis de acercamiento al PSOE y la posterior crisis en Cataluña, le ha hecho perder todo espacio ideológico. Le queda sonreír y dejar de dar bandazos.
Iglesias ha optado por plantar cara poniendo en evidencia a sus contrincantes con llamadas del tipo “se puede” o una serie de vídeos virales que hablan de las incongruencias de sus rivales entre gobernar y prometer. Es consciente de que si mantiene sus escaños no perderá influencia dentro de una hipotética alianza de izquierdas.
Y Vox, por su parte, a pesar del último escándalo de Rocío Monesterio, se ha dado cuenta de que hablando solo de la unidad de España es más que suficiente para llevarse a los indignados. La clave estará en ver si se erige como el voto de castigo o si, por el contrario, lo que dice Tezanos va a misa y aquí está todo el pescado vendido.