Una edición más de la Feria Internacional de Turismo que se celebra cada año por estas fechas en Madrid concitó la atención del sector. De nuevo cada país, cada región, y casi cada ciudad, se vistieron de gala para promover las bondades del turismo autóctono. Un escaparate para seducir y ganar cuota de pantalla. Cáceres traía bajo la chistera la baza de la que todo el mundo habla, pero a la que nadie se atreve a poner cifras y fechas. Un proyecto que puede dar la vuelta al turismo local, tal y como lo conocemos. Un turismo espiritual que puede atraer millones de turistas. Carmena cifró en cinco millones los asistentes que podían acercarse hasta la capital del reino. A nosotros nos bastaría con algo menos.
Cáceres se ha presentado en FITUR como la base de operaciones desde la que organizar el viaje. Superar las pernoctaciones actuales solo se consigue si se establece la ciudad como destino para enlazar con el resto de opciones turísticas de la provincia. Tejer estrategias conjuntas para compartir viajeros y experiencias, en lugar de pelearnos por un trozo de carnaza. Vender la ciudad como un complemento del Norte de la provincia o Mérida es más acertado que tratar de comparar experiencias. Extremadura tiene todavía un margen de desarrollo amplísimo. Aquí todavía no entra la gentrificación ni la masificación ni los problemas que tienen en otros lugares de España, donde el turismo se enfrenta directamente con la vida cotidiana de sus residentes.
Nuestra región sigue promocionándose como el lugar donde hacer otro tipo de turismo, alejado de las playas saturadas y las urbes plastificadas. Extremadura es todavía lugar para contemplar cielos y coronar sierras, donde pasear y refrescarse en arroyos secretos. Y, sobre todo, que no se nos olvide, el mejor argumento para visitar esta tierra sigue siendo el estómago. Porque con buenas viandas todo se ve de otra forma. Extremadura y Cáceres son planazos.