De los nuevos empleos. Enrique Silveira

La amistad y la palabra
Enrique Silveira

¿Y tú de mayor qué quieres ser? Se puede pedir que alcen el brazo aquellos que se hayan visto obligados a responder a esta pregunta, pero sería una petición improcedente porque, fuese quien fuese nuestro interlocutor, albergaría en la memoria un buen número de ocasiones en las que hubo de enfrentarse a tal interpelación. Justo cuando menos sabes de la vida, los que la conocen más y mejor que tú te obligan a hacer una predicción imposible, a vincularte con una actividad que se presenta más como un sueño inalcanzable que como un objetivo verosímil, a no ser que sigas la senda que recorrieron con anterioridad tus progenitores y, por rozar con sus entresijos de forma obligada, te resulte familiar.


En verdad no puedes imaginar lo costoso del acceso a una u otra ocupación, pero a tan corta edad sí sospechas que el nivel de vida de cada uno suele estar relacionado con la dificultad y la responsabilidad que acarrea su tarea y, como desde los más tiernos años se desea una vida sazonada de lujos, a nadie se le ocurre elegir para su futuro aquellos cometidos que no se relacionan con ellos. Así que, más pensando en el boato que en la labor en sí, los más se inclinan por la arquitectura, la ingeniería, la abogacía de postín o la medicina de serie de televisión porque no se conocen miembros de esos gremios que convivan con las penurias, si bien en los adentros suspiran por una vida repleta de hazañas que impliquen el reconocimiento popular, sobre todo si son deportivas.


Con el tiempo, las predilecciones de la chavalería han ido aumentando y a la lista se han sumado actividades que antes no se conocían o no se incluían entre las posibilidades. Por ofrecer ejemplos muy de nuestro tiempo, puedes dedicarte a la política -en la que antes se entraba tras una larga y brillante carrera profesional- sin haber dedicado una buena parte de tu existencia a la formación y al trabajo extenuante; solo con afiliarte antes de la primera comunión y desarrollar picardía para sortear obstáculos dentro del partido puedes detentar -tan joven como lego- los cargos que en otras épocas estaban destinados a los próceres.


Casi adolescente e inexperto puedes hacerte un hueco en la sociedad si te conviertes en activista. Aún no se han creado escuelas en las que puedas empaparte del corpus preciso para realizar este quehacer de manera pertinente, pero por lo visto basta con ingentes cantidades de desprecio por la sociedad a la que perteneces, odio hacia quienes la dirigen, una tendencia irrefrenable a la queja -siempre justificada- y un enfurruñamiento sistemático que te acompaña desde la mañana a la noche para incrustarte en ese gremio y alcanzar notoriedad.

Pero la joya de la corona es doctorarte como youtuber porque las opciones son innumerables. Dan igual las mandangas que se te ocurran, dejan de existir las normas que te obligan a medir tus expresiones y comportamientos, carece de importancia la utilidad de tus mensajes y la formación necesaria se ha conseguido durante una vida vinculada al ocio con lo que jamás has experimentado la angustia de enfrentarse a un esfuerzo que no busque el divertimento; además, siempre hay alguien que se interese por la retahíla de memeces que pueblan la red.

Ya lo sé, querido lector, reconozco cierta dificultad para asumir la modernidad… y algo de envidia por eso de haber transitado sobre las espinas que ellos desconocen.

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