Otoño. Las crónicas de Cora.

Las crónicas de Cora
Cora Ibáñez

Me he dado cuenta del cambio que se opera a mi alrededor, cuando he notado la lluvia en la ventana del aula.

El olor a tiza y pizarra no había llenado el ambiente hasta ahora ni ese clima silencioso que se desarrolla entre las mesas y sillas ocupadas por mentes abiertas y curiosas.

El otoño ha hecho acto de presencia con todo su brío y poder. No me ocurre como en la canción de Perales “Estos días grises del otoño, me ponen triste…”, pero sí melancólica y muy proclive a idear situaciones fantásticas en las que las hojas marrones hacen acto de presencia cayendo por doquier desde las copas de los árboles, en un cuento que se vislumbra en mi mente y que empuja suavemente dentro de mi cabeza hasta lograr salir de ella, y en la que se airea la multitud de historias recientes que me llenan el cuerpo y la imaginación hasta hacerme estallar.

Es una ilusionante situación de principio de curso, que me invita continuamente a estar en plena ebullición. No como estos últimos días del letargo veraniego que lo único que consiguen es que mi cuerpo se canse y piense solo en moverse lo menos posible ante la calurosa situación.

Por eso, llevo siempre un trozo de papel y un boli (o varios). Tengo el bolso repleto de recortes de folios manuscritos con trazos a veces inteligibles de ideas y cuentos, que debería ordenar algún día.

Ahora, con el paraguas en una mano y la mochila a la espalda sorteo los charcos que me conducen directamente hacia la puerta del Aula y su misterioso devenir cargado de hojas y frutos, producto del otoño más imaginativo que jamás pude soñar.

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