El mal. Alonso Torres.

Reflexiones de un tenor
Alonso Torres

El que fuera presidente de Afganistán, Karzai, vivía del kilo, o sea, genialmente, en París (oh, lá, lá, güisqui a gogó!), trabajando para una petrolera (je, je, je, por la zona de su país y por todos los adyacentes: Pakistán, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán y Tayiskistán, el petróleo abunda, <<y si va mal el negocio, mando la caballería>>), y los EE.UU., después de que él sirviera para la C.I.A. durante la guerra contra la Unión Soviética, le dijo, “oyes, majo, pallí que te vas”, y como no tenía posibilidad de negarse (el diablo es mú poderoso), se fue a las tierras que lo vieron nacer. Adiós París, adiós negocios petrolíferos, adiós a la tranquilidad de la Rue Rivoli…

Le prepararon el cargo, Presidente Electo, para él solito, exprofeso, porque como he dicho, trabajó para la C.I.A.; había servido bien al amo; había sido coordinador de los grupos mayaidines (de aquellos polvos estos lodos: los U.S.A. armaron a los estudiantes/guerrilleros de El Corán frente a la horda roja soviética); era pashtún, la etnia con más poder en Afganistán; su familia era preeminente e importante y tenía perras (en el sentido extremeño, tenía pasta, dinero, cash, money, dólares, ¡eso, dólares!); en fin, que era el mejor (y único) candidato. Adiós, París. “¿Me protegerán, no me dejarán morir, verdad?”, preguntó al gobierno de turno norteamericano. “Tranqui, tronco, nosotros cuidaremos de ti”, le respondieron desde Langley.

Cuando llegó a Kabul (siempre me gustó esa palabra, Kabul; y siempre he dicho que uno de mis alter-egos, el jinete profesional, tiene un magnífico caballo llamado Kabul, y que en su día, Ngayanendra, el último rey del Nepal, se lo quiso comprar, pero él no quiso vender, y por no enfadar en demasía al colega, a Ngayanendra, “consintió” vender dos yeguas y un caballo, Malaspina, Atrevida y Descubierta, por el precio de un solo animal, pero eso, eso es otra historia), cuando Karzai llegó a Afganistán, a su capital, a Kabul, lo pasearon por la ciudad, por las zonas habilitadas para ello, y le seguían multitud de fuerzas, unas nacionales, y otras, como InternationalOutCome, internacionales, y la gente se agolpaba en las calles, con banderitas y gritos de contento y felicidad. Y en esto hubo un tumulto, un tumulto apenas perceptible, y las fuerzas y cuerpos de seguridad (los de dentro y los fuera) dispararon indiscriminadamente, y hubo muertos, y Karzai y toda la comitiva se fue pitando pal palacio, del que nunca salió. Y he escrito esta gilipollez porque no he tenido, todavía, el valor suficiente para hablar del caso de la mujer asesinada en la fábrica de camiones Iveco-Pegaso.

Artículo anteriorArrepentimiento
Artículo siguienteEsos héroes anónimos

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí