El klínex como concepto
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Desde mi ventana
Carmen Heras

 

Me dicen: “es que así ya no se lleva” en clara alusión a la multitud de adornos y “cacharritos” que tienen las casas de antes, “ahora todo es más sencillo, sin tantos objetos para limpiar”, y me quedo pensando en cuan fuerte se muestra el cerebro humano, en su adaptación a unas determinadas circunstancias, para conseguir no frustrarse. Si las familias no tienen tanta disponibilidad económica, desháganse las expectativas en adornos superfluos.

Creo que, al cabo, todo se reduce a un saber continuar con la vida cotidiana. Cuando apareció la crisis del 2008, nuestro mundo hubo de adaptarse a ella, y algunas cuestiones del día a día, fruto de una cierta opulencia, no tuvieron más remedio que desaparecer. Por pura necesidad. Veníamos de un fuerte desarrollo del sector de la construcción que vio venirse a pique sus esperanzas. Los objetos de bisutería con un buen diseño se pusieron de moda (la clase media no estaba para oro y platino), lo mismo que un nuevo concepto de perdurabilidad, con periodos limitados en la duración de la vida útil de las cosas, que pueden, al cabo de un tiempo, tirarse a la basura sin contemplaciones, ni mala conciencia, pues su calidad no es excesiva. Hoy, los hábitos pregonados por los mass media son los de la perfecta sociedad del klínex, hábitos de usar y tirar, incluidos los afectos.

Rehacer lo usado no parece rentable, dado el coste de la mano de obra. Ese es el quid de la cuestión. Nada de coser calcetines o subsanar los enganchones de las medias, por citar otro ejemplo. Esas famosas “carreras” que todas las chicas tememos que surjan en una pierna vestida con pantys. En mi época estudiantil las llevábamos a reparar. Por un módico precio te los dejaban como nuevos, evitándote comprar otros y disminuir tu exigua economía. Hoy, es un oficio desaparecido pues los bajos precios de la prenda nueva desaconsejan emplear tiempo y dinero en la reparación de las defectuosas, aunque dicho defecto sea mínimo. Salvando diferencias, ocurre lo mismo con coches y electrodomésticos.

Esta forma de actuar se impuso en casi todos los órdenes, primándose, en muchas situaciones, la rebaja del coste del tiempo en hacer un producto por encima de la calidad del mismo. La globalización volvió al mercado extremadamente inmediato y competitivo. Más surtido y barato. La artesanía ocupó un sitio residual. El consumo se implementó y quienes tienen un cierto nivel adquisitivo lo usan como la exposición clara de un estatus, un presentarse ante todos con la imagen de sí mismos con la que esperan que el mundo los trate y recuerde. De ahí, el fervor por las marcas y las firmas. Y la fuerza de la publicidad. Que dice cómo vestir, qué comer y hasta con qué y quién divertirse.

Algo así ocurrió con las cabezas. También se jibarizaron. O algo parecido. Salvo en contados casos, en los que se valora en verdad la excelencia, lo cierto es que el listón de calidad en algunos oficios y quehaceres está bastante cercano al nivel del suelo. Tiene mucho que ver con ello, además de lo antedicho, la masificación y la falta de estímulos para el verdadero mérito. Y en estas, andamos…

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