Con ánimo de discrepar
Víctor Casco
Al final ha sido el “parto de los montes”. Los montes –cuenta Esopo en una de sus fábulas– llevaban semanas rugiendo. Sonidos aterradores se sucedían en la noche, anunciando graves acontecimientos. Hasta que los montes se abrieron en un estruendo, pero de la grieta solo asomó un humilde ratón. Demasiado ruido para tan poco parto.
Así ha sucedido con la esperada, y por algunos temida, asamblea de obispos y cardenales convocada por el Papa Francisco para resolver cómo ha de actuar la Iglesia Católica y sus jerarquías ante la lacra de la pederastia.
El parto ha sido poco alentador: se dará consuelo a las víctimas y se culpa a Satanás. Los demonios son quienes ponen en la mente de ciertos sacerdotes pensamientos y obras impuras. Y poco más.
No tienen sueños eróticos, ni apetencias sexuales; ellos no violan a menores por perversidad personal. Es Satanás
Que la culpa es de los demonios, es un argumento antiguo. Hubo un tiempo, que la hagiografía posterior consideró glorioso, en el que los Padres de la Iglesia veían demonios en cada esquina. Acechaban en la noche. Habitaban en los templos de los viejos dioses y se encarnaban en sus estatuas (por eso había que destruirlas) o en los bosques, fuentes y ríos venerados por los paganos. Eran –escribió Agustín de Hipona en “La ciudad de Dios contra los paganos”– maestros de la depravación que se deleitan en la obscenidad.
Demonios que torturaban a quienes buscaban la senda de la castidad con sueños concupiscentes y lujuriosos. Los monjes confesaban cómo sus noches se turbaban con pensamientos impuros enviados por Satanás: apariciones de mujeres desnudas, prostitutas o meretrices, púberes atractivos o incluso otros monjes en provocativas e incitadoras posturas al pecado, como invitando al goce de la carne. Monjes que tenían que acudir al cilicio y el castigo del cuerpo o -como relata Evagrio en su “Praktikos”- caminar frenéticamente por la celda hacia adelante y hacia atrás con pasos amplios y enérgicos hasta vencer la tentación.
La culpa es de Satanás, no del monje. Nótese como el pensamiento malvado pasa a ser culpa del demonio, y no del hombre. Ellos no tienen sueños eróticos, ni apetencias sexuales; ellos no violan a menores por perversidad personal. Es Satanás. Es el mal, que los tienta.
No hay sacerdotes pederastas, sino sacerdotes tentados por el diablo. La Iglesia es inocente.