Reflexiones de un tenor/
ALONSO TORRES/
…es como escuchar violines en un prado a la luz de la luna; esto lo dijo Elliot Templenton, oliendo, antes de tragar a pequeños sorbos, su copita de vodka casi helado polaco (hay otros vodkas, sí, pero están todos en él; es como la vaina de decir, sí, hay otras mujeres, pero están todas en ti, y hay otros mundos, sí, también, pero están todos en este que nos acoge, acuna, porculiza y mata); más tarde, Sophie, que había sido jonkie en el París de los locos años 20, una de las acompañantes en aquella tarde de sir Templenton, junto con Larry e Isabelle, se perdió en la cocaína y entre las piernas más calientes y fuertes de la Ciudad de la Luz, las de Coco, acabando finalmente en la morgue, y Larry, su amor, recibió una paliza y se marchó para no volver.
La otra noche vino un amigo (Andreas) de tiempos pretéritos (erasmus del 99) a Cáceres La Talada, llamó a los colegas de entonces (en esta ciudad solo quedamos, de los de entonces, tres, y ya no somos los mismos), nos reunió en cierto bar (whiskey in the jar), y nos pusimos melancólicos, que nada tiene que ver con la nostalgia, pues ésta desea que volvamos atrás (cuando sabemos que es un imposible), y la otra (la melancolía) hace que aparezcan lágrimas en los ojos cuando en el corazón reina la alegría (qué cursilada). Seguía, el búlgaro (Andreas es búlgaro y toca el violín) tan loco como siempre, y con mil quinientos proyectos por hacer, y cuando nos quedamos solos (nuestra compañera de antaño se marchó antes, mucho antes) me dijo, “no nos vamos a ir a dormir, ¿verdad?”. “No”, contesté, y entonces, como un mago que hace aparecer de su chistera un conejo, sacó de su mochila una botella de vodka polaco. “A palo seco, como tú decías”. Y así fue.
Acabamos de tertulia política a las puertas de un puticlub (¿a ti cómo te gusta el vodka? A mí entre humo y putas) con estudiantes de Telecomunicaciones, Benjamín, Ismael, Joel y Carlos, y con un grupo de chicas muy empoderadas. Carlos organiza el Festival Ruta Rock que se celebra desde hace siete años (22 y 23 de julio) en Valencia de Alcántara. Gente preparada esta de Telecomunicaciones, preocupados por las cosas que le acaecen a la sociedad, concienciados, y dispuestos para la lucha (pero no la armada, no, esa, para Ernesto Cardenal, y en su juventud, para Gioconda Belli –si no lo han hecho todavía, lean, por favor, “El ojo de la mujer”, de la escritora nicaragüense-); buena gente que despidió entre aplausos a Andreas, que vino a emborracharse a Cáceres La Talada, y a tocar con su instrumento parte del concierto para violín y orquesta en Re Mayor Opus 35 de Tchaikovsky. “¿Recuerdas a quién se lo dedicaba?”. “Claro, cómo iba a olvidar a…”, y me cortó en seco, “no digas su nombre, he aprendido que cuando la recuerdo debo nadar hasta el fin del mundo, y una vez allí, ir a por los dragones, para que me devoren… hasta siempre, Alonso”. “Hasta siempre, Andreas”