Desde mi ventana /
CARMEN HERAS

Los datos revelan la realidad de la situación: la pobreza aumenta en nuestro país. Lo dicen, además las asociaciones que, por su razón de ser, están en contacto con las personas que la sufren. Si nunca se ha erradicado totalmente, ahora los recortes y la pérdida de posibilidades para muchos, hacen que los números la pregonen en alto y con rotundidad.

Avanzan los casos de pobreza pues las reducciones en servicios sociales, en salud y en educación afectan mucho más hondamente a los ciudadanos con rentas más bajas. La pérdida del empleo ha sido el detonante en la mayoría de los casos. Familias con dos o tres hijos que de la noche a la mañana han visto reducidos sus ingresos a menos de la mitad, al tiempo que han perdido las ayudas sociales para comedor, becas, etc y que tienen difícil volver a una situación como la de antes debido a las características económicas del momento. El mercado de trabajo…ay, el mercado.

Viven, literalmente, de la caridad, de la de algunos familiares, de los padres en un salto porcentaje, de la de los vecinos, de Cáritas…de los colegios.

Y lo malo es que la pobreza engendra pobreza, menos recursos en general. A menos posibilidades, menos estímulos en todas las direcciones.

La macropolítica y la micropolítica enfrentadas. La exactitud de unos datos presupuestarios o de déficit, «encajados» según criterios que reafirmen la seguridad de acción de los dirigentes, frente a unas rentas y unos precios que afectan directamente al corazón y la vida del ciudadano de a pie, mucho más al más débil, al que tiene márgenes más estrechos de movimiento en su poder adquisitivo.

Siempre he defendido que los Gobiernos están para hacer algo al respecto. Independientemente de su ideología. Todos nos hemos llevado las manos a la cabeza cuando hemos escuchado declaraciones altisonantes reclamando que sea la sociedad civil la que busque soluciones que la beneficien porque el Estado no está para ocuparse de individualidades. Todos hemos sentido el regusto amargo de la frustración al oír a algunos defender la mala fe de los parados que defraudan al fisco. Todos nos hemos quedado atónitos cuando nos enteramos de la prioridad absoluta que cuadrar las cuentas  significa para algunos frente a la otra, la de ofrecer servicios básicos que salven a los más necesitados de la marginalidad y al país, del desorden social.

España parece que no aprenderá nunca. En sensibilidad, se mueve desde un extremo al otro con una verdadera indiferencia. Es como el péndulo de un reloj de pared, ahora aquí, luego en el extremo opuesto. Sin inmutarse. Los tiempos, que son distintos…Explican.

Ahora el gobierno de Mariano Rajoy da otra vuelta de manivela. El Congreso ha aprobado una reforma de la Ley de Administraciones Locales que quita, aún más, la autonomía a los Ayuntamientos y que los obligará, si no desaparecen, a reducir sus servicios y prestaciones locales. «Engordada» la totalidad de la Administración durante años, ahora se intenta reducirla comenzando por la parte que más se debiera respetar por ser la más próxima y la más utilizada por los ciudadanos. Lo que venga después solo el cielo lo sabe. Esperemos que no nos caiga sobre la cabeza.

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