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Pantalla /
EDUARDO VILLANUEVA

Ahora que “La isla mínima” se perfila como una de las triunfadoras de los Goya (aunque la Academia española es muy dada a obviar la comunión entre público y crítica y lo mismo se decanta por la sorpresa del pasado Zinemaldia, “Magical Girl”) y que ha arrasado en los galardones de los productores (los premio Forqué), es un buen momento para hacer un somero repaso a este calculado thriller español, de factura impecable y que atesora en su guión (más allá de la algo trillada trama policiaca) un certero retrato de la gran mentira que supuso la Transición española.

Porque si algo queda claro después de ver los últimos minutos finales de “La isla mínima” (ligeros spoilers para aquellos que aun no la hayan visto) es que con la Transición los fachas no solo no desparecieron, sino que seguían en todas partes. Con la careta del cambio democrático, pero everywhere: en la policía, en la justicia, el empresariado, los estamentos políticos… Porque ya sabemos que uno puede acostarse facha y levantarse demócrata de pro al día siguiente; sin despeinarse.

La Transición, esa época que el ilustre Mariano ha dado en llamar “uno de los acontecimientos políticos más importantes que se han producido en la moderna Historia de España” pues resultó una fantochada magna.

Y esto queda muy bien reflejado en “La isla mínima”, a través de una subtrama, donde levemente, a poco que se rasque, se va descubriendo la basura que seguía imperando en la España del cambio (1980), donde la crónica negra de la España profunda, se mezclaba con la crónica política de la cara lavada.

El problema es que la democracia económica (léase capitalismo o neoliberalismo pijo) llegó antes a esa nueva España que la propia democracia en sí. En “La isla mínima” (la mejor película de Alberto Rodríguez) se hace un retrato ajustado de la marginación social en un país en tránsito que, mira tú por dónde, sigue destapándose en la actualidad. Adolescentes ninis, lumpemproletariado, paro, marginalidad, criminales machistas, jueces prevaricadores, policías fascistoides… Un crisol de aúpa que todavía se dibuja en la España actual; la España que, según Mariano, ya ha salido de la crisis.

Por eso, independientemente de su gran tempo, de su preciso montaje, de su buena dirección de actores y su magnífica fotografía, “La isla mínima” destaca por lucir músculo político-social envuelto en un drama policiaco a lo “True Detective”. Una joyita del más reciente cine español, de obligada visión para entender en qué terreno nos movemos.

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