marilyn

Pantalla /
Eduardo Villanueva

Reconozco que con la llegada de mi cumpleaños soy mucho más receptivo a los aniversarios del nacimiento y/o muerte de los actores y actrices con los que solo tendré una mínima relación a través del calendario y la pantalla (en su versión grande o pequeña).

En estos días habría cumplido años un mito, un icono del cine, como Katharine Hepburn, que solía soltar perlas como: “Si obedeces todas las reglas te pierdes toda la diversión”.

Glenn Ford también hubiera cumplido años (en concreto 100); actor de la época dorada de Hollywood y que ha pasado a formar parte de la retina cinéfila por su famosa bofetada a Gilda. Una mujer que interpretó Rita Hayworth (que falleció el 14 de mayo de 1987) y que solía decir: “Todos los hombres que he conocido se van a la cama con Gilda y se despiertan conmigo”.

Parece una frase graciosa, pero lo cierto es que detrás esconde un trasfondo de amargura constante. De insatisfacción lacerante, que me hace reflexionar (tampoco mucho).

Las redes sociales e Internet permiten desmontar el Hollywood más lustroso a golpe de ratón; aquel que vendía sueños (todavía sin bótox). Un repaso por Google te muestra de un plumazo cómo la icónica rubia del cine, Marilyn Monroe, murió físicamente destrozada, de una sobredosis de Nembutal estirada bocabajo en su cama.

Otro mito esclavizado a su propio sensualidad, explotado sabiamente por cineastas de la altura de Billy Wilder.

Según detallan los funerarios que la amortajaron, Marilyn aparentaba una edad mucho mayor de los 36 años de entonces, «era como una mujer de más edad y envejecida». Además, usaba dos «pequeños pechos falsos» para realzar los suyos y una «dentadura postiza».

El crepúsculo del estrellato ha dejado un reguero de cadáveres extenso (y los que todavía están por llegar). Mientras haya cine, siempre habrá estrellas. Sobre todo en Hollywood, donde late una maquinaria perfecta para ensalzar y destruir a partes iguales. Casi sin término medio.

Una esclavitud que reside actualmente en la lucha que las actrices (sobre todo ellas) mantienen con el paso del tiempo. Lo más triste es que no lo hacen por una cuestión puramente estética, sino que detrás subyace el machismo pintoresco de las grandes productoras. “Cómo no me voy a operar si he ganado 10 años de trabajo”, sentenciaba Jane Fonda. Fonda es una de esas actrices que, con casi 80 años, ha conseguido sobrevivir en parte gracias a la escuela de esos otros mitos que lucían muy bien por fuera, pero se deshacían por dentro.

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