Desde mi ventana
Carmen Heras

Como si de una commedia dell’Arte se tratara, la política se ha vuelto lugar de chismes, cabriolas y saltos, repleta de figurantes alumbrados por fuegos fatuos, buscando su minuto de gloria. Recordar ese tipo de teatro me ha traído a la memoria mis años universitarios vallisoletanos, cuando tuve ocasión de asistir a una de sus representaciones, a cargo de un famoso grupo italiano. Mi pareja y yo nos acercamos a la Feria de Muestras de Valladolid, para ello. Eran tiempos en los que el estar al tanto de las últimas novedades culturales dotaba al estudiante universitario de un barniz de prestigio intelectual e innovador que era considerado tan necesario como la propia formación académica. Esto, y un sentido político transcendente de los acontecimientos que ya se oteaban por el horizonte, componían el círculo de la preparación particular de cualquier persona joven que se respetase. Al menos, así era el ambiente de los colegios mayores en el que yo respiraba.

La Feria de Muestras de Valladolid era por aquel entonces (años 70 del sigo XX) toda una referencia, porque cuando llegabas, después de cruzar el puente sobre el río Pisuerga, la urbe había dejado de existir como tal. El edificio al que íbamos tenía un salón grande donde realizar todo clase de eventos, desde conferencias a proyecciones de películas o representaciones teatrales. Se levantaba solitario en un inmenso espacio vacío, en la zona del citado nombre, debido a que allí, de manera periódica, siempre se celebró la mayor feria de productos agroganaderos de toda Castilla. A lo lejos, detrás, sobrevivía un suburbio de nombre “Cañada de Puente Duero”. En invierno, caminando entre la niebla constante, no podías evitar la sensación de que, en cualquier momento comenzaría una aventura, cualquier aventura.

“Cañada de Puente Duero” era un barrio en extremo marginal, sin los servicios mínimos fundamentales. Lo habitaban familias muy humildes, con escasos recursos, cuyos padres eran trabajadores, obreros analfabetos, convertidos en objetivo de quienes en aquella España pergueñaban las actividades de los meses de Servicio Social que obligatoriamente debíamos hacer todas las mujeres jóvenes españolas. Por eso, las muchachas universitarias como yo, nos trasladábamos, dos días a la semana, hasta allí, para intentar enseñarles a leer, en viejas cartillas de tapas ajadas (la m con la a, ma), abiertas sobre hules grasientos en viejas mesas de cocina iluminadas con luz débil, y regresar, al cabo de unas dos horas, al confort civilizado, por calles de tierra. Calles con luces macilentas, de las que literalmente huíamos, mirando a derecha e izquierda con aprensión.

La commedia dell’Arte es un tipo de teatro iniciado en Italia y exportado a otros lugares, fundamentalmente desde mediados del siglo XVI hasta principios del XIX. Se caracteriza por mezclar elementos clásicos con tradiciones del carnaval y otros recursos mímicos y acrobáticos. Sus argumentos son muy simples y sus personajes (Arlequín, Colombina, Polichinela, etc) harto conocidos. Los saltos, piruetas y enredos de unos y otros dominan la escena. Vamos, como en la política nacional. Visionarlo entonces, en las postrimerías del régimen de Franco, era conocer un clásico de otra época. Pero verlo ahora, en directo, en la escena pública, suena a toda una vuelta de manivela hacia atrás.

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