Historias de Plutón
José A. Secas
Ilusión, confianza, esfuerzo, determinación, constancia y… ¡éxito! Así va la secuencia. Quizás alguno quiera añadir a la suerte pero otros querrían incluir el destino y así no nos vamos a poner de acuerdo; entonces, lo dejamos en el “mínimo común múltiplo” de cinco factores y la ecuación está más que resuelta. De todos esos componentes, sin duda, me quedo con la ilusión. Ésta, alimenta un discurso vehemente y poderoso que se nutre de casi todo lo demás, canalizado en el propio relato y en la exposición. Ahí, en ese glorioso punto, se escogen las palabras atendiendo a la audiencia o a las circunstancias pero, en cualquier caso, han de verse empapadas de un lenguaje no verbal que fluye desde las raíces del más profundo, conocimiento, convencimiento y fe en lo que se dice. Los buenos oradores se expresan con argumentos sólidos, palabras certeras y lenguaje gestual apropiado. Los que solo nos creemos apasionados, nos esforzamos en suplir nuestras carencias, siendo auténticos y transmitiendo, desde el corazón, lo que sentimos. Es en esa comunicación sin artificios o recursos técnicos, donde las ideas brillan por sí mismas y el autor solo debe despejar el terreno y retirar las sombras.
El mayor logro de cualquiera de ellos es haber creído en ellos mismos
Conocer el fracaso es altamente instructivo; también el paso de los años. Eso de que “la experiencia es la madre de la ciencia” es un arma arrojadiza facilona ante el empuje de la juventud o el atrevimiento de la ignorancia. Es imposible atesorar los valores de todas ellas; son excluyentes. Lo mejor que nos puede pasar a los que no somos jóvenes (cronológicamente hablando), es conservar un espíritu propio de esa edad y, si me apuran, saber sacar al niño “que todos llevamos dentro” para desprenderse olímpicamente del peso del pasado y jugar. Aunque los palos y los errores nos indiquen el camino más seguro (aparentemente) para avanzar en la vida, es en la emoción del descubrimiento, en el despertar de la imaginación, en la resolución de problemas y conflictos y en la capacidad de afrontar retos, donde somos verdaderamente valiosos para nosotros y para los demás. Aunque sea un símil pedorro que nos transporta al terreno de nuestra mediocre realidad política, en la vida hemos de ser más progresistas y menos conservadores. Y, por favor, aléjense de la acepción más obvia y buceen en la riqueza etimológica de las palabras.
El día a día, el paso del tiempo, es inexorable. Lo que va a pasar, va a ocurrir te pongas como te pongas pero, mientras tanto, en el momento presente; ese único momento del que eres dueño y el que eliges palabras, pensamientos y actitudes, deberíamos ser más conscientes. Tomamos el timón -una de símil marinero- y tratamos de llevara a buen puerto nuestra nave. También podemos sentarnos a ver cómo crece la cosecha -una de agro- después de haber sembrado la mejor semilla, regado y abonado. Es otra opción. A lo peor, la tormenta contra la que lucha el patrón del barco, termina arrasando los campos del agricultor. Eso no depende de ellos; lo que si les afecta es cómo lo vivieron y qué actitud tuvieron para afrontar el fracaso o el éxito. El mayor logro de cualquiera de ellos (o de nosotros) es haber creído en ellos mismos, en su elección y actitud y en sentirse satisfecho con su suerte (o su destino, quién sabe…).