Historias de Plutón
José A. Secas

Defraudar, engañar, sisar, distraer, lañar, apropiarse, choricear, prevaricar, estafar, timar, quitar (directamente), hurtar, afanar, mangar, sisar, despojar, desvalijar, defraudar, usurpar, malversar, sustraer, expoliar, limpiar, apañar, apoderarse, birlar, desplumar, desfalcar, atracar, depredar, despojar, escamotear, desvalijar, expoliar, guindar, ratear, saquear, sangrar… asusta enfrentarte a este campo semántico y listado de sinónimos (y allegados) tan abrumador y tan doloroso. Todo empezó en la época del pelotazo cuando robar era un deporte de poco riesgo, estaba extendido entre el común de los mortales patrios y aquello de “ya sabes, la picaresca de los españoles, es inevitable”, permitía que el concurso de sinvergüenza del año nunca quedara desierto y que la concurrencia de candidatos desbordase todas las previsiones.

Nos tuvimos que poner coto porque el desmadre dejaba muy mal a los políticos, a los empresarios y, en general, a todo bicho viviente que convivía con la corrupción y cerraba los ojos ante el delito. Se hicieron leyes para poner los cinco sentidos en las contrataciones públicas y evitar mamoneos varios. En poco tiempo, asistimos a un proceso de “cogérsela con papel de fumar” que pretendía poner coto al descontrol. Aparte de que se hiciera el esfuerzo de enterrar para siempre los sobres, los jamones, regalitos y otros “detalles”, se produjo una fiscalización desmesurada para ejercer el control en los trámites de contratación pública por medio de una burocracia excesiva y bajo ciertas condiciones absurdas. Contratar con la administración comenzaba a ser una verdadera epopeya.
La cosa se complicó con la crisis económica (y luego, el remate, con la revolución digital). La crisis del 2008 obligó a las administraciones a mirar la peseta (euros ya) y el céntimo, hasta tal punto, que el afán por ahorrar acabó definitivamente con la excelencia y la calidad. “Con buena polla bien se folla”. Con dinero se puede hacer de todo. Si, además lo inviertes y administras sabiamente, el resultado es muy satisfactorio. Ahí es donde lucen “las cosas bien hechas”. Con el dinero justo, te puedes “apañar” y estirarlo, exprimiendo los recursos y los medios y, con buena voluntad, los resultados pueden ser suficientes; pero cuando hay poco (o muy poco dinero), lo que vas a conseguir va a ser malo (o muy malo) porque trabajar por debajo del nivel mínimo, supone hacer el gilipollas y perder dinero o no resignarte a ello y bajar la calidad para ahorrarte algo y que “te compense”.
Ahí está la perversión del sistema y la desgracia a la que hemos llegado por el lamentable planteamiento de los concursos y licitaciones públicas. La valoración preferente del precio, en detrimento de los valores, la calidad, los materiales, la planificación, la innovación o cualquiera de los muchos ingredientes que aporta cualquier proyecto; es una verdadera desgracia. El resultado de los trabajos ganados en concursos con el único argumento de rozar la baja temeraria son chapuzas y mierdas pinchadas en un palo. Calidades, condiciones de trabajo, tiempos de ejecución, resultados, apariencia, rentabilidad, generación de valor, etc., son puestas a la altura del betún con tal de ahorrar. El panorama es muy triste y todos sufrimos las consecuencias.
Trabajar en condiciones tan precarias solo es posible en sociedades tan podridas como la nuestra. Con políticos irresponsables, funcionarios indolentes, empresarios egoístas y trabajadores necesitados. Los resultados están a la vista. Que nadie se queje porque todos somos culpables. Si, tú también, que quieres ahorrarte el IVA, salao. Ah, que eres español. Bueno, entonces ya lo entiendo… Pues eso: aquí no pasa nada. Y tal y cual. Je.
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