Historias de Plutón
José A. Secas

Aparte de ser el lenguaje universal, la música es alimento del alma y chiquicientasmil definiciones (chulas) más; todas verdaderas.  A poco que te pongas a investigar, puedes comprobar lo (muy) importante que es para la vida; así, sin ambages. Creo que, a la altura de la pandemia -por decir algo- que estamos, nadie podrá contradecir esta rotunda afirmación: la música es necesaria para vivir. Y punto. No me imagino un mundo sin música. La música es imprescindible en muchísimos aspectos de nuestra vida: en todas las fiesta, actos o eventos; para hacer actividad física; en cualquier pieza u obra de comunicación audiovisual (desde un spot a un largometraje; desde un programa de televisión a un tik-tok) y, también, consecuente y consustancialmente, la música tiene y tendrá relevancia y protagonismo en cualquier acontecimiento (y posteriormente recuerdo) vital que, obviamente, esté vinculado a una canción, a una melodía…

Nos podemos acordar de muchas cosas de nuestro pasado, pero, si el recuerdo va asociado a alguna música, es imposible olvidarse de ese hecho, de esa circunstancia, de esa persona a la que arrastra y envuelve la pieza musical. En mi caso he mamado tanta música que tengo el disco duro musical (y sus recuerdos adheridos) abarrotado. Además, gracias a los dioses (incluidos Apolo y Orfeo), tengo buen oído y disfruto de buena memoria (solo musical) y, desde que tengo uso de razón (y antes, sin tenerlo) la música, instrumental o vocal, polifónica o no, en forma de canciones, nanas, melodías silbadas, tonadillas, oberturas, coplas, sinfonías, villancicos, etc.; ha estado presentes en mi vida. Recuperar música (consciente o inconscientemente) es revivir los momentos asociados.

Mi padre tenía puesto el tocadiscos permanentemente. Aparte de los discos sorpresa de Fundador, se escuchaba, entre otros, a Jorge Negrete, Alberto Cortés, zarzuela variada y mucha música clásica. El concierto de año nuevo desde Viena es parte del rito iniciático del año natural. Las nanas a mis hermanos, las canciones repetidas del folclore y la tradición en reuniones familiares con los leones, los villancicos, los discos dedicados de la radio que no descansaba, las sintonías de los programas favoritos de televisión -me encantaba la música de La Pantera Rosa-, las visitas a casa de amigos con hermanos mayores y custodios de tesoros en forma de música moderna… y, sin quererlo, según dejabas atrás la niñez y te absorbía la juventud, tus primeros discos elegidos y comprados, la escucha atenta, la memorización intuitiva, la profundización en los temas, la identificación con las letras, con los grupos y cantantes, con los sonidos, con los estilos, con tu generación…

Y tenemos una canción -¡miles!- para recordar al niño feliz, familiar o curioso, al adolescente rebelde, inocente y ávido, al joven devorador, enamorado e inconsciente. Tenemos música para el primer baile, el primer beso, el primer compromiso y la primera promesa. Luego sentimos que, inevitablemente, la vida muda y evoluciona y, colgada de ella, las canciones la acompañan en el camino. Hubo despedidas, más besos, otras promesas y a cada una le ponían caldo de memoria unas notas musicales que han terminado configurando la banda sonora de nuestra vida.

Ya saben lo de los pacientes de Alzheimer y la música, ¿verdad?. Pues no les digo más. ¡Ah, si!: reivindico y exijo la vuelta (cuanto antes) de una normalidad que permita los conciertos y la música en directo sin excusas ni bobadas. Es justo y necesario. Es nuestro deber y salvación.

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