Persona de espaldas. De cómo está el mundo.

Historias de Plutón
José A. Secas

Uno de los actos de aceptación más rotundos y valiosos que debemos hacer a lo largo de nuestra existencia es entender que estamos limitados. Nuestras capacidades y recursos dan para lo que dan; nada más. Las posibilidades que se nos presentan para alcanzar todo lo habido y por haber, inclusive para todo lo imaginable, son finitas. El mundo y la vida son inabarcables. Desde que sufrimos una profusión incontrolable de información y conocimientos de la realidad global, gracias al desarrollo de los medios de comunicación en esta nueva era que transitamos, la capacidad para deslumbrarnos, los estímulos para desear, el engorde de los sueños, la alimentación de la envidia y la consecuencia inevitable de la llegada de la frustración más aplastante, nos sitúa en un entorno propicio para el florecimiento del inadaptado, del incapacitado, del limitado, del infeliz…

Definitivamente no vamos a ver todas la pelis o las series que quisiéramos, ni a viajar a los miles de lugares ni a asistir a actos, eventos, conciertos, inauguraciones o fiestas declaradas de interés turístico provincial, regional, nacional o internacional. Seguramente no podremos llenar nuestro tiempo limitado de más conocimiento, ejercicio, descanso, alimentos, trabajo, dedicaciones a personas, actividades, aficiones u objetos de deseo como hay en el mundo mundial. Nunca vamos a llegar al final de la colección, del camino o del éxito. Nunca vamos a tener bastante si miramos a un final que no ha de llegar y que nos llama y nos reclama constantemente. Ambición desatada, entrega desmedida, obsesión… llámalo como quieras, pero eso es un sinvivir.

La capacidad para apreciar y asumir nuestros límites y para comprender que la vida de cada cual va a ser distinta de cualquier otra vida, elimina (o al menos palia) la envidia y la competitividad y permite que aflore la singularidad basada en la autoestima. Todos somos distintos en nuestras particularidades y en la esencia de nuestra personalidad que se ve influida por las circunstancias, momento y condiciones de cada cual, pero a la vez todos somos iguales como miembros de la especie humana y en esa teórica equivalencia es donde se descubren las desigualdades que azotan al mundo y colocan a estos tiempos en en los inicios de la evolución de nuestra especie.

Podemos pedirle a un pobre que asuma la diferencia en cuanto a su nivel de riqueza, que se adapte, que se contente y sea feliz con lo que tiene, que domine su envidia y aplaque su ambición y, en resumen, que pase por el aro y acepte su condición. Sin embargo, el rico puede y debe seguir haciendo crecer su fortuna, él ha de mirar para arriba y aspirar a entrar en el top ten de la lista Forbes. En este grado de riqueza está bien visto querer más, no por necesidad, no, sino por cebar el deseo del poder que te otorga la opulencia económica y el sentirte más que nadie. Es en este ámbito donde los pobres nunca vamos a poder entender para qué c*ñ* quieren los ricos amasar más y más dinero si ya no saben ni cuánto tienen ni dónde meterlo. Nunca lo entendemos. No es nuestro mundo. Jamás podremos imaginarlos. En ese punto, lo más divertido y reconfortante es imaginarse a uno de esos ricos y poderosos cagando o cortándose las uñas de los pies para poder mirarles a la cara de tú a tú (si se diera la circunstancia) y no perder el respeto ni la dignidad ante ellos. Qué fácilmente se nos cae la baba y se nos dobla la cerviz.

En los cortos tránsitos de los artículos de opinión escritos -como este- con vehemencia y sin una mínima planificación, podemos transitar desde la reflexión sobre nuestras limitaciones, pasando por nuestras miserias y terminando en las diferencias e igualdades entre nosotros, los humanos ricos y pobres, blancos y negros, listos y tontos, sanos y enfermos (físicos o mentales). En los cortos tránsitos de los artículos como este podemos vernos reflejados un poquito y asumir que somos muy poca cosa, que todo es relativo y que hay que dar gracias por estar aquí leyendo tonterías (o no) mientras en otros lugares del mundo están… uf, ¡cómo está el mundo!

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