Afortunado. Víctor M. Jiménez

El iceberg – Microrrelatos
Víctor M. Jiménez

Alfredo tuvo la desgracia de ser afortunado. Cuando terminó la carrera, abrió un negocio con pocos recursos y mucha ilusión. La empresa creció como la espuma, al mismo tiempo su corazón se rodeaba de una costra de piedra. En el camino del éxito soltó el lastre que a veces suponían los escrúpulos. Se convirtió en una máquina de acuñar riquezas. Pero la espiral se cerró con el paso de los años. Cuando hizo balance de su patrimonio no pudo reprimir el llanto. Había ganado tanto que necesitaba varias vidas para gastarlo, sin embargo, su vida, la única, se diluía sin remedio. Su primogénito estaba ya al frente del negocio. Una tarde intentó hablar con él.

—Hijo, soy viejo. Pronto me marcharé. No quiero que sigas mis pasos. La vida es mucho más corta de lo que pensamos y me he dado cuenta demasiado tarde. Deseo que disfrutes lo que yo no fui capaz.

—De acuerdo, padre —respondió el muchacho con impaciencia mientras se ponía en pie —, ahora, si te parece bien, me marcho. Queda mucho por hacer.

Alfredo vio a su hijo entrar de nuevo en el despacho de dirección y se hundió en un pozo de amargura. Supo entonces que por las venas del joven fluía el mismo veneno que había cegado sus ojos durante tanto tiempo.

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