Desde mi ventana
Carmen Heras

He dejado pasar el día 8 de marzo antes de hacer este artículo, para que no se me achacara ningún indigno deseo de entorpecimiento de los actos conmemorativos. Una vez transcurridas las celebraciones cabe hablar reposadamente.

Hay una utilización clara e inevitable del asunto “mujer” por parte de todos (partidos, sindicatos, medios de comunicación, editoriales…). Otra cosa es que a las mujeres les interese también por la sonoridad que supone, y lo acepte.
Los partidos políticos lo utilizan porque llevan tiempo peleando a “cara de perro” para obtener unos resultados óptimos en cada una de las próximas elecciones, y es sabido que las mujeres dan o quitan demasiados votos, por ser muchas y dada su influencia en la familia y entornos cercanos.

Los sindicatos lo usan porque no viven su mejor momento y han encontrado un nuevo posible reclamo que pueda “volverlos necesarios”.
Los medios manejan unas cantidades ingentes de información sobre este asunto, importante como pocos, pues los casos, circunstancias y matices en relación a la “mujer” dan para días y días, y todo acaba confluyendo en programas, comentarios, entrevistas y controversias (qué tanto venden, con publicidad incluida) que son su razón de ser.

No existe la mujer, sino las mujeres, de carne y hueso, con sus individualidades y sus preocupaciones

Las editoriales, porque hacen libros con esta temática que compran mujeres y hombres para “estar en la onda”. Y los venden.

Pero, amigas, hay un problema: no existe la mujer, sino las mujeres, de carne y hueso, con sus individualidades y sus preocupaciones, con sus situaciones particulares de discriminación. Y eso asusta. Y de eso no se habla. En esta sociedad de móvil y twitter, aburren las complejidades y se va al esquema plano y populista, sin más.

Escucho hablar a cinco mujeres importantes de Psoe, PP, Ciudadanos, Podemos y Vox sobre feminismo, la víspera del día 8. Todas son números 2, tienen influencia en sus propias organizaciones. Y sus discursos ahondan en las diferencias ideológicas pues se sienten, antes que nada, políticas representantes de una organización. No hay “la mujer”, sino las mujeres, como me muestra hoy una joven universitaria hablando con otra. “Odio a mi vecinita, no lo puedo evitar, parece una bola de carne” (se refiere riendo a una bebé)… y al hacerlo se “carga” con el comentario, siglos de tradición sobre el consabido instinto maternal de todas y cada una de las personas del sexo femenino. En su derecho.

Tengo mis dudas de que el movimiento de las mujeres se consolide de manera única. Para ello haría falta que a todas y cada una de las discriminaciones que se producen contra cualquier persona, por el mero hecho de ser mujer, se le “hiciera un hueco” dentro de la generalidad del discurso. Y sería conveniente que cada mujer dejase de dejarse utilizar cuál “mono de feria”, en días de conmemoración.

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