Historias de Plutón
José A. Secas

Había una vez un escritor viejoven que, cuando escribió su primera novela -en progreso los trabajos para su publicación-, hizo un proceso profundo de introspección (amén de darle a la devanadera de los sesos de lo lindo). Tuvo la fortuna de afrontar un repaso detallado de algunos antiguos escritos y activar los mecanismos de los recuerdos y de la memoria. Además de ser feliz y estar satisfecho en aquellos momentos, afirmaba que la creación literaria le había aportado un aprendizaje valioso y le había descubierto aspectos bien guardados de sí mismo y de su propio mecanismo. Siempre le gustó escribir y, durante una época, acostumbraba a mandarle una carta anual a sus amigos cercanos en el corazón y lejanos en la distancia, en la que conseguía capturar y transmitir la esencia y el valor del discurrir de la vida, resumiendo y enmarcando su caos, como tantas veces, inspirado por una canción.

Cuando en 1966, María del Carmen Arévalo Latorre, conocida como Cristina, junto a unos amigos (Juan, Alfonso, Rafa y Paco) decidió cambiarle de nombre a su grupo «Donald Duck», para llamarle “Los Stop” y lanzar su primer disco; aparte de experimentar en carne propia el poderío de una marca multinacional como Disney, jamas se les hubiera ocurrido pensar que una canción suya consiguiera, para nuestro novelista debutante, condensar en su título el índice perfecto para elaborar una epístola, asequible, vital y anual (y no andarse por las ramas). A su éxito «Tres cosas (Salud, dinero y amor)”, siempre le añadía una cuarta que apuntaba la canción: “que le dé gracias a Dios”. El cuarto ángulo, sumaba un aspecto espiritual al resumen, que completaba el cuadro.

Sin abundar en los recuerdos de un tiempo que no volverá, el autor, regresó a esa canción para contar su vida actual: “De salud, ando bien. Ya noto los achaques y el peso de los hábitos insanos en mi cuerpo añoso y voy a aprovechar el final de mi novela para volver a las rutinas saludables. El haber escrito durante el invierno supone una ventaja para los que, como yo, tras una meta alcanzada (con o sin éxito), nos proponemos la siguiente. Para mi suerte, coincide con el despertar de la naturaleza y la creciente presencia de la luz del sol. Comeré mejor, pasearé, haré deporte y miraré horizontes. Le daré cancha al templo de la mente y me pondré como Rambo en cuatro días, vais a ver.

El dinero solo se puede conseguir limpia o guarramente. Loterías aparte, en la sociedad consumista y capitalista en la que vivimos a principios del siglo XXI, el trabajo, supone la única salida, por las buenas, para obtener dinero para vivir. El asunto de las necesidades corre en paralelo con las circunstancias de cada individuo y, estableciendo comparaciones, te puedes volver (o no) loco (o cuerdo) si tus ambiciones están trastocadas. La riqueza extrema en manos de unos cuantos, mal repartida, con millones de pobres en el mundo, es inmoral. Llevo un año mano sobre mano (o mejor, sobre teclado) sin producir y sin ganar, pero aún me siento afortunado. Los que cubrimos con creces las necesidades básicas y nos calienta el sol de España, en los primeros escalones de la pirámide de Maslow, nos damos con un canto en los dientes si miramos al sur, al desierto o al mar; pero si nos comparamos con el dinero que gana un especulador de bolsa australiano o un youtuber haciendo la mudanza a Andorra, nos mosqueamos y pensamos que es injusto. Por suerte para mi, las circunstancias, han colaborado en las rebajas de mis ambiciones y expectativas. Por eso sigo vivo.

El amor es lo único que verdaderamente importa, sobre todo, cuando eres pobre y/o estás malito. En mi caso, me siento afortunado por poder disfrutar de muchas variantes del amor en altas concentraciones. De los cuatro subsistemas, voy sobrado en tres: paternal, filial y fraternal. Me falta el conyugal, pero ya conozco el paño y ahora estamos a otras cosas. Mi presente, como el de cualquiera, no es perfecto -quelevamosace ( o qué le vamos a hacer, como prefieras)-, pero me quedo con lo bueno y lo disfruto. Hecho de menos el latido, la piel y la humedad pero, como todo, llegará en su mejor momento, cuando tenga que ser. Ahora no toca. Y no sigo, que me pongo calimero. En estos instantes, reclaman mi atención los otros tres, más ese amor escogido, tan satisfactorio, llamado amistad. Me gusta hacer patente estos sentimientos, acercarme y atraer a quienes vibramos en la misma onda. Estoy abierto a encontrarme con más personas amarillas. Mmmmmmmm. Mal rollito, no quiero ni tantito…

Y añadiendo en el cuarto ángulo la dimensión espiritual, cerramos la cuadratura del círculo. Esa parte tan importante y desatendida de nosotros que nos da la dimensión de lo insignificantes que somos en el Universo y nos alimenta de una energía que solo está de paso, pero hace que esto merezca la pena. ¡¿Esto?!, ¿qué es esto?, ¿no ves que estás escribiendo tonterías?

Agradecido a la vida -que me ha ha dado tanto- que sigue brindándome oportunidades, día a día, de crecer y de generar, completo la cuadratura del retrato de mi vida actual con la dimensión espiritual, y aporto este ínfimo átomo de hidrógeno (en forma de pedrada dialéctica) al servicio del Universo. Por ejemplo. Venga, supera eso.

Tercer, y último, intento por rematar el cuadrado. Pierre Teilhard de Chardin dijo: “No somos seres humanos atravesando una experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una experiencia humana”. Y con esta cita gucci del to, me despido hasta una nueva conexión. Feliz Navidad (por si no nos vemos). Salud & Saludos”. Y con irónica donosura puso fin a su carta, y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Artículo anteriorNuestro entorno, nuestros ojos
Artículo siguienteLa Comisión 19M denuncia una agresión a un activista LGTBI en Badajoz

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí