Reflexiones de un tenor
Alonso Torres

Cuando envolvía el Santo Libro (de vez en cuando lo abría al azar, y unos días antes, por la noche, a solas, la primera palabra que leyó fue “Amarte”, pero no le sirvió de mucho, la verdad), en paño negro y lo ataba con tiras de cuero enceradas antes de meterlo en el arcón, se paró apenas un segundo, agachado como estaba, el culo a un palmo de la tierra yerma, para imaginar que podría volver con su hijo y vender los muebles, incluso el terreno o la casa familiar -que los de por allí, a los que él llama “lugareños”, nombran reverencialmente como “La Mansión”-, pero nada de esto sucedió.

Descubrió que las rosas no se habían perdido

Aparecieron grandes piedras que tornaron, como si hubieran crecido, en pedruscos, todo el camino que va desde la carretera hasta la entrada de la propiedad se llenó de ellos; la inclinación del suelo varió, se diría que el terreno se crispó olvidando su forma inicial, la que consiguieron trazar los primeros colonos que se establecieron en El Valle; la maleza lo invadió todo, y solo una niña, descalza, harapienta, mal peinada y sucia, seguramente que hambrienta, una lugareña, se atrevía a jugar alrededor de La Mansión, y descubrió que las rosas no se habían perdido, pero calló, ese era su secreto para volver sonriente y tarareando cada tarde a la cabaña en donde habitaba junto a su familia.

Fue en una proyección cinematográfica, en una feria agrícola cualquiera, en una gran tienda de lona habilitada para ello, donde vio la película “Gorriones”, de Beaudine, y grabó en su abotargado cerebro la frase del narrador, <<la parte de La Creación que le tocó al Diablo fue una obra maestra del horror, una tierra ponzoñosa en algún lugar al Sur de la nada, y el Señor valoró que era un buen trabajo y lo dejó establecerse allí>>, a lo que él contestó, no sin esfuerzo, “sé que al final me pedirán cuentas no por lo hecho, sino por todo aquello que no he hecho, ¡y maldición!, la cuenta pendiente va a ser tan larga que la travesía del Myflower parecerá tan poca cosa como un agradable paseo por Boyle Park, Little Rock, Arkansas”, y en su cabeza sonaron trompetas, las de Jericó.

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