Desde mi ventana
Carmen Heras

Cuando Cáceres se preparaba para competir por el título de Capital Europea de la Cultura 2016, un “prohombre” me vaticinó que no iba a conseguirlo porque apenas tenía librerías.

La elección del proyecto ganador nada tuvo que ver con ello, como pudimos percibir todos cuántos estuvimos allí defendiendo la ciudad; el formato es oficialmente anquilosado pues una serie de personas de distintos países europeos escuchan durante unos pocos minutos, sentados detrás de una mesa, la idea clave que cada lugar patrocina, para decidir después, de manera más o menos objetiva. Algún día contaré mis propias impresiones de lo qué verdaderamente sucedió y de cómo, en mi humilde juicio, la elección hecha conculcó el propio espíritu del Decreto que da origen al concurso, al desatender la idea madre del mismo, que no es otra que conseguir un revulsivo social y económico a través de la cultura para la localidad elegida. Si el título se concede a quien ya es zona desarrollada en estos aspectos, entonces para qué darlo, no les parece?

Pero dicho todo lo anterior, que duda cabe que un distintivo de ciudad culta son los libros leídos en ella. Urueña, un pequeño pueblo de Valladolid, es mundialmente reconocido, por tener un gran número de librerías y eso le ha dado una importante seña de identidad dentro y fuera de él mismo.

Un distintivo de ciudad culta son los libros leídos en ella

Hemos pasado, sin embargo, desde una veneración sin límites al libro, a considerar que puede sustituírsele por el “corta y pega” de párrafos de Internet, de modo y manera que comprar libros y almacenarlos en librerías en nuestras casas es afición de unos pocos y no veo yo que (en general) los estudiantes jóvenes la tengan.

La razón hay que buscarla posiblemente en lo que hoy se considera importante, dentro del común denominador de lo social. Mi generación fuimos gente muy interesada en el saber, no solo como forma de labrarnos un futuro haciendo una carrera, sino también porque las conversaciones e intereses de la clase universitaria giraban alrededor de los conocimientos que esta tenía, como parte de una elite destinada a mejorar el mundo que luego habría de liderar. Nada que ver con los posicionamientos de ahora mismo, tal es la masificación y el pragmatismo estudiantil.

La primera vez que entré en el Café Gijón de Madrid me decepcioné. Llegué a media mañana un día laborable y allí solo había unos pocos clientes de mediana edad, unos camareros similares en sus modos e indumentaria a los de los cuadros clásicos de época y unos veladores de mármol gastados. Nada que ver con el “aroma” descrito por Francisco Umbral en su libro “La noche que llegué al Café Gijón”. Luego pensé que el continente necesita un contenido y éste yo no podía juzgarlo si en aquel momento ese contenido no existía . Como ocurre con tantas otras cosas.

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