Central Nuclear Almaraz, Emilia Guijarro

Lunes de papel
Emilia Guijarro

Corrían los años setenta del pasado siglo cuando España se llenó de pintadas, (entonces no hablábamos de grafitis), con una leyenda: «¿Nucleares?, no gracias». Un sonriente sol amarillo en medio de un círculo rojo adornaba las paredes de todo el país y de medio mundo. Los grupos antinucleares tenían una fuerza imparable y presencia constante en los medios de comunicación, siendo el enganche de militancia de muchas personas preocupadas por la preservación del medio ambiente.

Era frecuente ver manifestaciones multitudinarias recorriendo las calles de pueblos y ciudades, frente al desastre y el miedo que habían provocado algunos accidentes nucleares, en distintas partes del mundo.
Coincide la ampliación de la vida útil de la Central Nuclear de Almaraz y el aplazamiento de su cierre ordenado entre los años 2025 y 2035, con la publicación de un libro, «Los niños de Lemoniz», que narra las vivencias y los recuerdos de los hijos de varios obreros que trabajaban en la construcción de la Central Nuclear de Lemoniz: una fuerte oposición ciudadana y política que se tradujo en manifestaciones, lucha callejera, sabotajes, muertes, y lo que fue más terrible, la irrupción de ETA en la lucha antinuclear. La sanguinaria organización secuestró al ingeniero José María Ryan, para acabar asesinándolo, así como también a Angel Pascual. Fueron los años del plomo, donde todo se mezclaba.

Aceptamos las centrales nucleares existentes como un mal inevitable

El resultado de todo aquello, y de otras muchas cuestiones, fue la moratoria nuclear de 1983, que paralizó la construcción de las centrales nucleares en nuestro país, con la llegada al poder de Felipe Gonzalez.
En aquel reparto nuclear a Extremadura le tocaron en suerte dos centrales, Almaraz y Valdecaballeros, que por efecto de la moratoria nunca se puso en funcionamiento. Casi un mes después del desastre de Chernobil la central nuclear de Valdecaballeros empezó a desmantelarse. El gigante de hormigón y hierro que había surgido a los pies de las estribaciones de los montes de Toledo fue pasto de los sopletes y las piquetas, y de aquello, no queda más que un recuerdo fantasmal, como ruinas son también las campanas invertidas de Lemoniz. En unas reinan los corzos y jabalíes y en otras las gaviotas.

Entonces aceptamos las centrales nucleares existentes como un mal inevitable, y rogamos para que ningún desastre natural produjese un nuevo Chernobil.
Ahora, cuarenta años más tarde, nos hemos vuelto más pragmáticos. Son otras nuestras preocupaciones, conocemos otros peligros más probables, sabemos que los riesgos están presentes, pero no son los únicos. Será por eso por lo que ahora las manifestaciones han sido para pedir diez años más de vida útil de una central que estaba al borde del cierre ¿Nos hemos vuelto más temerarios o es que como decía un torero famoso «más «cornás» da el hambre….»

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