Desde mi ventana
Carmen Heras

Frente a los optimistas que solo ven las virtudes de sus coetáneos como país o región, están los más lúcidos que las contraponen con los defectos y las inercias existentes. Ambos (virtudes y defectos) van juntos, cualitativa y cuantitativamente, en compartimentos adjuntos, algo así como los valores representados en cada una de las partes de las fichas de dominó. Con ellas nos enfrentamos a la vida. O algo parecido.

El dominó es un juego de mesa muy famoso. Tiene diferentes variantes, según las reglas de juego usadas. Necesita de fichas movidas por jugadores que buscan llegar a un valor fijado de antemano. Las fichas están divididas por la mitad, con un número que representa un valor en cada una de las partes.

Sucede, a menudo, que personas que han ejercido amplios poderes y gran poder de persuasión en sus entornos, e incluso fuera de ellos, se extrañan de la actitud extremadamente pasiva de los grupos de ciudadanos, que no poseen ímpetu de cambio alguno a pesar de que ellas intentaron hacerlo crecer en el territorio. Lo achacan a fuertes complejos de inferioridad sin justificación, camuflados repetidas veces bajo expresiones de desinterés, o incluso, de soberbia hacia quienes piensan que algo más de lo que se hace, podría hacerse.

No les falta razón. La historia de los pueblos (el extremeño sería uno de los casos) no ha sido nunca en vano y consigue transmitirse a través de las generaciones, dejando un poso en las mismas, del que es difícil desprenderse. Pero si a esto añadimos el reducido número de habitantes que tiene Extremadura y su pequeña influencia en la marcha de España, puede deducirse que tanto o más que la actitud de sus miembros, pesan objetivamente, otras variables.

Cada vez que oigo citar la palabra injusticia como reclamo de alguna acción necesaria en un determinado lugar, recuerdo la frase adjudicada a Bruce Lee: “esperar que la vida te trate bien, por ser buena persona, es lo mismo que esperar que un tigre no te ataque por ser vegetariano”. Pues lo mismo pasa con los pueblos y autonomías. Reclamar algo en función de déficits históricos, dentro del conjunto de las comunidades actuales, equivale a los encogimientos de hombros metafóricos de estas últimas, con el argumento de que ni sus gentes ni sus responsables actuales tienen alguna responsabilidad al respecto.

Tanto más cuando cualquier reivindicación que se precie, implica siempre cuestiones económicas que no pueden conseguirse de la nada, sino de un montante total, llámese presupuestos generales o fondos comunitarios. He ahí el meollo. “Valoro tus argumentos -me decía el Rector, cada vez que me entrevistaba con él para solicitarle una nueva carrera para el Centro, en mi época de responsable universitaria,-pero ha de ser a coste cero”. Y así volvíamos, una y otra vez, a la casilla de salida.

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