Cánovers /
Conrado Gómez

Con eso de que son servidores de lo público muchos de ellos se entregan sin remisión a un exhibicionismo casi obsceno. Hace algunos años la política se ejercía con absoluta opacidad, lo que conllevaba una tramoya escondida que ha hecho millonaria a mucha gente. Con los casos de corrupción que se destaparon en cascada a alguien le debió entrar el canguelo y recomendó tirar de absoluta transparencia y cercanía. Es cierto que el político debe rendir cuentas, pero algunos no tienen punto medio dando valor a acciones cotidianas que ninguno de nosotros elevaría al estatus de recado. Encienden su portátil, abren la red social de turno y despiezan su día en fragmentos infinitesimales: que si he desayunado con nosequién, que si tengo hoy 5 reuniones, una comida con compañeros, la visita de una asociación folklórica, la inauguración de una exposición…

Señorías, no hace falta dar la brasa hasta ese nivel en el facebook, opinar absolutamente de todo en twitter o subir a instagram imágenes cotidianas de su vida. O lo contamos o trabajamos. Ambas son incompatibles. Hace tiempo escribí una columna en este mismo espacio que ponía de manifiesto este asunto, que estamos más preocupados de contar lo que hacemos que de hacerlo realmente. Nos hemos vuelto esclavos de la aprobación digital. Si no subimos una foto de nuestro viaje tenemos la sensación de no haber ido. Y, claro, cuando encima es un político el que rinde cuentas digitales las consecuencias son soporíferas. No precisamos tamaña hiperactividad desmedida. No se es mejor político ni se trabaja más por poner más post.

Dejaron atrás la etapa de los blogs y se dieron cuenta de que la gente no iba hasta ellos, así que han decidido hacer el camino a la inversa. Se han ido donde está la gente. Y ahora la última moda es la de lanzar preguntas al ciudadano para escuchar su parecer sobre diferentes asuntos: qué nos parece este impuesto, si las gasolineras deberían contratar a gente… Es algo que se les puede volver en contra. Si preguntan, deben escuchar activamente y asumir sus equivocaciones, de lo contrario elevarán a la superficie el cinismo y la hipocresía que dormita, provocando que la desafección aumente.

Sus mediáticas señorías, tengan piedad de nosotros, eviten contarnos las veces que van al baño, lo que les parece la última película de Juan Antonio Bayona o si están de acuerdo con nuestro representante en Eurovisión. Ser transparentes no significa ser omnipresentes.

Artículo anteriorLos menores y la música
Artículo siguienteEl Premio de Periodismo de la Fundación Mercedes Calles se abre a medios digitales, radio y televisión

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí