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Lunes de papel /
Emilia Guijarro

La desaparición de las Humanidades de los planes de estudios de nuestros jóvenes, reduciéndolas al mínimo espacio posible, no es más que otro síntoma de lo que vemos cada día a nuestro alrededor.

El estudio de las Humanidades han servido a lo largo de la historia de la Humanidad ( tanto en los países occidentales como en Oriente y en los países islámicos) para desarrollar el pensamiento, para entender las cosas que pasan, para juzgar, para comprender el arte, en el sentido más amplio, para propiciar el diálogo y el entendimiento y, sobre todo, para crear una conciencia crítica que nos permita cultivar unos valores que son la esencia de nuestra condición de personas.

Educar no es solo preparar par desarrollar una profesión en el futuro, aunque tampoco podemos obviar esa faceta de la educación. Educar es construir una ciudadanía con conocimientos que le permita entender y comprender el mundo en el que vive.

Frente a esto algunos poderes fácticos prefieren el » panem et circenses » es decir, pan y entretenimiento barato para adormecer a las masas, o en su defecto, el adoctrinamiento desde el punto de vista religioso o político.

La vacuna contra estas dos opciones, la llave que abre el entendimiento, está en el cajón de las humanidades.

Hacer adelgazar su presencia en los planes de estudios, es el objetivo de los que solo dan valor a «lo rentable», de los que ponen precio a la educación, de los que no quieren que la educación nos haga libres e iguales y nos convierta en ciudadanos que reflexionen y elijan, de aquellos gobiernos que, a lo largo de la historia, han buscado pueblos sumisos.

Ya lo decía Juvenal, el poeta satírico latino: «desde hace tiempo —exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto—, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo».

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