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Desde mi ventana /
Carmen Heras

Cuando este artículo salga publicado en Avuelapluma, ya se habrá producido la celebración de los actos del XXV Aniversario de la Promoción de Magisterio de Preescolar 1987-1990 que con tanta ilusión han organizado los maestros pertenecientes a la misma. Agradezco de manera muy efusiva su invitación a participar en y con ellos. Me han hecho muy feliz. En su honor quiero recordar algunos momentos de mi propio avatar en relación con el Centro.

Llegué a Cáceres una tarde del mes de septiembre, allá por el año 1973. Me habían llamado desde la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado para impartir clase de Matemáticas. Acababa de terminar la carrera de Ciencias Físicas, era muy joven y me sentía entre ilusionada y temerosa cuando avisté las escaleras y la puerta de entrada al edificio del antiguo centro en Virgen de la Montaña. Hoy, la Universidad lo ha reconvertido, atinadamente, en Instituto de Lenguas Modernas una vez que los Campus Universitarios acogieron todos sus centros.

Conocer al profesorado fue una experiencia para mí. Trabajar en las aulas, más. Con el tiempo y el cambio de planes la realidad se fue perfilando y los objetivos, también. La enseñanza me gustaba, aún me gusta, así que lo que había que hacer estaba claro. Entre clase y clase nos sentábamos en la camilla de la sala de profesores y poníamos en común nuestra vida personal y profesional con naturalidad y transparencia. Todos los días, aprendíamos. Dentro y fuera. Hasta qué punto el docente nace o se hace es imposible de saber. Tampoco importa demasiado. El corporativismo que los liga, si existe, es más una ola de simpatía vinculante para cuántos tenemos el mismo oficio. Lo he descubierto muchas veces a lo largo de los años en los que, viajando mucho por la comunidad extremeña, o por otras adonde los extremeños hubieron de irse, me he encontrado con personas que estudiaron Magisterio. La mayoría recuerda la época con cariño y gratitud. Salvo excepciones, claro. Siempre las hay. Es inevitable.

Los estudios de Preescolar se iniciaron aquí experimentalmente, cuando la educación en la edad infantil empezó a considerarse necesaria. Cuando la mujer empezó a trabajar fuera de la casa y de los espacios privados, cuando las teorías educativas llamaron la atención sobre los primeros años de los niños y la importancia que tienen en su desarrollo futuro. Aquellas primeras promociones marcaron las pautas de todo cuanto se ha desarrollado después y aunque la necesidad de uniformizar los estudios universitarios ha traído algunas indefiniciones en lo específico, no hay duda de que lo fundamental, el hálito del buen enseñante, sigue paseando por sus aulas.

El próximo 27 de noviembre, fiesta del patrón del Centro, se investirá en el mismo como Doctor Honoris Causa a Alejandro Tiana, actual responsable de la UNED, Secretario de Estado del Ministerio de Educación y Ciencia entre los años 2004/2008. Ese nombramiento se hace, primero por los méritos profesionales del aludido, pero también para reivindicar de forma fehaciente el debido respeto y la importancia que la educación con mayúsculas debiera tener siempre en cualquier sociedad.

Cuando la antigua Escuela de Magisterio recibió el máximo aprecio de la tierra: la Medalla de Extremadura, y me cupo el honor de recogerla, como Directora del Centro, en el Anfiteatro de Mérida, aproveché la ocasión para darle la palabra (a través mío) a tantos y tantos que la han mantenido viva durante muchos y muchos años (surgió hace 175 años, casi). Sin ellos, y los que vendrán, hubiera sido imposible. La casa permanece cuando se la habita.

La vida de los que terminaron sus estudios de magisterio en 1990 seguro que ha ido por diferentes derroteros, aunque no dudo de que el carácter de los estudios no los ha abandonado nunca y los relaciona. Como debe de ser. Para siempre. ¡Feliz aniversario, amigos!

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