c.q.d.
Felipe Fernández

Acaba de decirlo Landero en una reciente visita a Lisboa –se me ocurren pocas ciudades mejor elegidas para ello- “la literatura ha perdido el aura de arte sagrado que tenía” Y se ha extendido en argumentos acerca del nivel literario de las publicaciones que nos inundan cada mes, cada temporada, cada año. Seguro como estoy de su autoridad y competencia para pronunciar estas afirmaciones, me preocupo un poco más, si cabe. Mucho me temo que el pesimismo que, poco a poco, me ocupa tiene más que ver con la edad que con reflexiones serias y certeras al respecto. Pero cuando Landero se queja de la poca entrega y la poca pasión que se pone en las lecturas es que el río debe llevar agua. No sé si será por estas prisas modernas que todo lo descolocan, quizá el afán de estar al tanto de todo para no quedarse atrás, puede que la mala organización del ocio; sea lo que fuere, nosotros, pero sobre todo nuestros hijos, hemos cambiado definitivamente nuestros

Tiene razón Landero, que dice lo que observa desde su atalaya, como un buen contador de la escena que es

hábitos. Esta aseveración, que se descubre con una simple mirada alrededor, se confirma cuando se echa un vistazo a la parrilla de la televisión o se mira la lista de los libros más vendidos. Y si esa observación no bastara, aun podría preguntarse a los adolescentes, aunque solo fuera para que las empresas de encuestas no preguntaran siempre las mismas gilipolleces sobre las que, además, nunca aciertan. Ahora que los móviles modernos delatan el tiempo consumido en ellos, ya no podrán deslizarse cifras aproximadas ni camufladas, de manera que nos daremos de bruces con la triste realidad. Pero eso sí, sin inmutarnos, como si no fuera con nosotros, como si fuera inevitable. Acostumbrados a la lectura rápida, ligera y apretujada de los aparatos electrónicos, dentro de poco aparecerán las primeras alergias al papel impreso, atenta siempre la naturaleza al acomodo evolutivo; seducidos por las noticias falsas, pero rápidas, la razón cederá su lugar que, inevitablemente, ocupará el dogma indiscutible, el autoritarismo de pantalla, en el que las ocurrencias y la demagogia barata perseguirán su objetivo educativo. Y, mientras tanto, seguiremos mirando desde lejos, sin intervenir, no sea que. Tiene razón Landero, que dice lo que observa desde su atalaya, como un buen contador de la escena que es. Y que diga esto, no solo no me tranquiliza, sino que también me hace sentir culpable: ”A los jóvenes, con internet, whatsapp y la televisión, no solamente les falta tiempo para leer, les falta el poso de lentitud y concentración necesario para sentarse a leer un libro y perderse en ese mundo” Pues dicho queda.

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